Hace
tiempo que vengo dándole vueltas a una de las grandes contradicciones de lo que se conoce como “secta
pedagógica”. Me refiero a la desproporcionada agresividad de muchos de sus adlátares hacia
todo lo que suene a religioso (algunos creen incluso que el único problema de la enseñanza es la presencia
de la asignatura de Religión en el currículo) al tiempo que utilizan, para justificar sus aviesas
intenciones, argumentos y actitudes de tinte claramente catequístico.
No hay más que ver el tráiler del docu-realitichou titulado “Entre maestros” con el que comenzaba esta serie dedicada al reverso tenebroso de la educación (coproducido nada menos que por TVE, es decir, subvencionado por todos) para constatar cómo el profesor recurre a técnicas de manual de autoayuda, casi diríamos de cura de barrio, para socializar con sus alumnos/feligreses. Hay escenas ciertamente sobrecogedoras (y solamente he visto el tráiler) como aquella en la que un alumno saluda a su profesor con un “este tío está como una cabra" (es verdad que éste acababa de inaugurar la clase -obviamente, matinal- con un "buenas noches"). Pero el que no tiene desperdicio es el momento en que el docente pide un voluntario con el que abrazarse (“un hombre que se dé un abrazo conmigo”, implora el colega, dicho lo de colega un en un sentido literal y de ninguna manera peyorativo porque a uno casi se le saltan las lágrimas ante tal demostración de buenos sentimientos (Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros como yo os he amado. Juan 15:12). Y conste que no pretendo ofender a los creyentes (pues yo mismo lo soy) sino evidenciar que, como suele decirse, no hay nada peor que un converso y que quienes más intolerantes se muestran con las creencias personales más tolerantes son con la estupidez humana. Pero tampoco es eso lo que quiero probar, sino la paradoja de un sector (el que habita lo que llamo “el reverso tenebroso de la educación”) que repudia la fe de los demás mientras trata de imponer la suya. Porque sólo desde el punto de vista de una fe inquebrantable en los dogmas del “lado oscuro” se puede entender tal empecinamiento en conceptos como la comprensividad, el aprendizaje significativo, la caducidad de los saberes o, por supuesto, las Nuevas Tecnologías (NT, como el Nuevo Testamento), Ser Supremo y auténtico Darth Sidious de la pedagogía posmoderna. No quiero terminar olvidándome de otra de las grandes Verdades: la Vocación, esa “llamada” que los disolutos profesores de instituto desoímos, entregados al vicio y al placer de los contenidos y los conocimientos, asumiendo el riesgo de que algún día podamos ser sometidos a un auto de fe pedagógico en el que nos veamos obligados a renunciar a nuestros principios para abrazar la Berdad avsoluta (sí, con “b” y con “v”).
“Tú no necesitas que nadie te guíe”, decía el Emperador Palpatine cual experto pedagógico despreciando la figura del profesor, “con el tiempo, aprenderás a confiar en tus sensaciones. Entonces, serás invencible”.
No hay más que ver el tráiler del docu-realitichou titulado “Entre maestros” con el que comenzaba esta serie dedicada al reverso tenebroso de la educación (coproducido nada menos que por TVE, es decir, subvencionado por todos) para constatar cómo el profesor recurre a técnicas de manual de autoayuda, casi diríamos de cura de barrio, para socializar con sus alumnos/feligreses. Hay escenas ciertamente sobrecogedoras (y solamente he visto el tráiler) como aquella en la que un alumno saluda a su profesor con un “este tío está como una cabra" (es verdad que éste acababa de inaugurar la clase -obviamente, matinal- con un "buenas noches"). Pero el que no tiene desperdicio es el momento en que el docente pide un voluntario con el que abrazarse (“un hombre que se dé un abrazo conmigo”, implora el colega, dicho lo de colega un en un sentido literal y de ninguna manera peyorativo porque a uno casi se le saltan las lágrimas ante tal demostración de buenos sentimientos (Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros como yo os he amado. Juan 15:12). Y conste que no pretendo ofender a los creyentes (pues yo mismo lo soy) sino evidenciar que, como suele decirse, no hay nada peor que un converso y que quienes más intolerantes se muestran con las creencias personales más tolerantes son con la estupidez humana. Pero tampoco es eso lo que quiero probar, sino la paradoja de un sector (el que habita lo que llamo “el reverso tenebroso de la educación”) que repudia la fe de los demás mientras trata de imponer la suya. Porque sólo desde el punto de vista de una fe inquebrantable en los dogmas del “lado oscuro” se puede entender tal empecinamiento en conceptos como la comprensividad, el aprendizaje significativo, la caducidad de los saberes o, por supuesto, las Nuevas Tecnologías (NT, como el Nuevo Testamento), Ser Supremo y auténtico Darth Sidious de la pedagogía posmoderna. No quiero terminar olvidándome de otra de las grandes Verdades: la Vocación, esa “llamada” que los disolutos profesores de instituto desoímos, entregados al vicio y al placer de los contenidos y los conocimientos, asumiendo el riesgo de que algún día podamos ser sometidos a un auto de fe pedagógico en el que nos veamos obligados a renunciar a nuestros principios para abrazar la Berdad avsoluta (sí, con “b” y con “v”).
“Tú no necesitas que nadie te guíe”, decía el Emperador Palpatine cual experto pedagógico despreciando la figura del profesor, “con el tiempo, aprenderás a confiar en tus sensaciones. Entonces, serás invencible”.
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