De forma algo masoquista, lo reconozco, me
veo obligado a referirme una vez más al documental “Entre
maestros” por su evidente e indisimulado fomento del reverso tenebroso.
Desconozco la relación de los cerebros que maquinaron semejante espectáculo con
la secta satánica de “La semilla del diablo”, la novela de Ira Levin adaptada
al cine de forma magistral por Polanski pero, sin haberme atrevido todavía a
ver el documental y habiendo arriesgado mi salud mental mediante una nueva ingesta del
tráiler y la visualización de esta
charla entre los dos sumos hacedores, no puedo evitar encontrar ciertas
similitudes.
Cuando el didacta protagonista
habla de su “necesidad de regalar lo que tiene en el corazón” y asegura haber
“sentido” que el libro “tenía que regalarlo en internet” (sí, la cosa está
basada en un libro titulado “23 maestros de corazón”) me viene a la cabeza otro
regalo: el colgante con el que Minnie Castevet obsequia a Rosemary Woodhouse (según los Castavet un amuleto de la buena suerte) que contiene raíz de tanis, conocida como “la pimienta del diablo” y habitual en los aquelarres. Cuando proclama que
hay que “llevar el autoconocimiento divertido a las escuelas” asocio la fe del
visionario abraza-alumnos con el “seguro que nos volveremos a ver” que Roman
Castevet dirige, con el mismo convencimiento, a Rosemary. Cuando el director
dice que “la educación puede transformar la sociedad” y asegura que esta
transformación se logra “con seres humanos afectando a núcleos de otros seres
humanos”(siempre sic), no puedo dejar de acordarme del jefe de los brujos,
Adrián Marcato.
Incluso me he sorprendido (y
esto ya me preocupa) buscando el anagrama oculto del título, Entre maestros,
como Rosemary cuando pone el tablero sobre sus rodillas y saca de la caja las
letras necesarias para formar la frase todos ellos brujos. Pero por
mucho que reordenaba y reordenaba no me salía ni Steven Marcato, ni Roman
Castevet, ni Gilles
de Rais, ni Jane
Wenham, ni Aleister
Crowley, ni Thomas
Weir, ni siquiera brujería. Por un
instante, cuando formé la palabra “estamos”, sí pensé que lo había encontrado,
pero lo siguiente fue rentre, trenre, netren…y esto ya
no tenía sentido. Sin embargo, estoy seguro de que alguien que es capaz de
preguntar a un alumno que dice que su asignatura es “una basura” si “tiene algo
en contra de la basura”, o de afirmar que “en la educación hasta ahora sólo se ha
educado en lo necesario y no en lo esencial”, que el alumno “debe ser él
mismo”, que no debemos educar para que nuestros alumnos “orbiten el sol de la
cultura correspondiente y se conviertan en esclavos de la sociedad” (para
evitar lo cual “se necesita el autoconocimiento”), que el profesor debe“ocultar
el sol de la cultura y los conocimientos para que puedan brillar las estrellas
que cada uno de los alumnos son” o que “necesitamos una segunda alfabetización”
porque “sabiendo leer y escribir también te engañan” y los jóvenes deben
“aprender a saber leer y escribir de sí mismos”, quien sostiene todo esto,
tiene que ser, sin ninguna duda, un discípulo aventajado de Marcato, salga o no
salga el anagrama.
Todo esto
que expongo no lo hago con ánimo, lo digo con total sinceridad, de criticar (mucho menos de hacer de ello una cuestión personal),
sino de defender mi profesión de una serie de supercherías que, aunque
revestidas de modernidad, parecen más propias de la época medieval que de la
nuestra y que agreden con arbitrariedad y desfachatez a la propia esencia de la
enseñanza en tanto que transmisión de un conjunto de conocimientos
sistematizados y con el propósito de manifestar mi rechazo ante el intento de
reconversión del docente en otra figura distinta y más cercana a la del
psicoterapeuta o a la del monitor de tiempo libre, monitor que, por cierto, en
la antigüedad romana, era el subalterno que acompañaba en el foro al orador
romano para recordarle y presentarle los documentos y objetos de que debía
servirse en su peroración y nunca el propio orador, a quien jamás osaría
reemplazar. Y para que quede claro que mi pretensión es salir en defensa de lo
que entiendo que debe ser la enseñanza y no ejercer la crítica por la crítica,
trataré de rebatir algunas de las perlas, no todas, que en los vídeos citados
se pueden escuchar.
1.-
“La educación puede transformar la sociedad” y esta transformación se logra
“con seres humanos afectando a núcleos de otros seres humanos”. Bien, esta
segunda parte no puedo rebatirla porque no entiendo siquiera lo que significa.
Intentaré, no obstante, explicar, en relación con la primera, cómo creo que se
puede "transformar la sociedad": proporcionando a nuestros jóvenes la formación
intelectual necesaria para que, en el futuro, puedan desenvolverse en dicha
sociedad. Porque esta formación académica (en el sentido originario del
término) es, de hecho, una auténtica necesidad social que permitirá que todos
los alumnos, sea cual sea su procedencia y situación socioeconómica, tengan las
mismas oportunidades de progresar. Y esto supondrá, sin ninguna duda, una
franca mejora en una sociedad como la actual, que no siempre ampara este
derecho a la igualdad de oportunidades y al ascenso social sino que más bien fomenta
la mediocridad y la promoción a través, no del mérito, sino de otros factores menos éticos como la repercusión
televisiva o la corrupción en todas sus versiones. Ahora bien, si se
pretende sustituir la necesaria transmisión de los saberes por abrazos,
socialización, terapia de grupo y brindis al sol (o a las estrellas), no dudo
de que se conseguirá una transformación de la sociedad pero no en el sentido
que se quiere vender sino en otro mucho más casposo y tramposo, aunque desde
luego populista y folclórico.
2.-
El objetivo de “llevar el autoconocimiento divertido a las escuelas” es un
disparate de un calibre tal que casi ruboriza, excepto a quien lo mantiene,
primero porque si el alumno fuera capaz de ejercerlo, no sería necesario el
profesor y segundo porque cualquier profesor con una mínima experiencia sabe
que ningún alumno adquiere el conocimiento por sí mismo y sin la ayuda
imprescindible del docente. En cuanto a la diversión, no niego que pueda ser
divertido “llevar el autoconocimiento” al aula, pero desde luego sí niego que
los conocimientos deban adquirirse, como condición sine qua non, de manera
lúdica o divertida.
3.- Tiene
poco sentido hablar de una (profética) “segunda alfabetización” cuando la primera está,
desgraciadamente, por llegar.
4.
Haremos a nuestros alumnos “esclavos de la sociedad” si les hurtamos la
posibilidad de una formación de calidad, si no les ofrecemos las herramientas
intelectuales que les permitan desarrollar un espíritu crítico y les lleven a
ser ciudadanos libres, es decir, si les “ocultamos el sol de la cultura y los
conocimientos”.
Por todo lo anterior, y dejando pendientes
unas cuantas perlas más, cuya respuesta seguro tendrá cabida en un posterior
capítulo de la serie “La educación y el reverso tenebroso”, considero que todas
estas recetas que vienen apareciendo y que manejan ingredientes en el fondo muy
semejantes tienen el doble peligro de, por un lado, confundir a la sociedad y
por otro, puesto que encuentran un hueco mediático que lamentablemente no se
ofrece a los profesores que hacen lo posible por desarrollar con rigor y
seriedad su importante labor, obligar a una réplica que, en realidad, dado el
escaso nivel argumental, no debería ser necesaria. Aquí queda, en cualquier
caso, seguro que mucho menos mediático, mi punto de vista.
SOTERRA MENTES
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