De un tiempo a esta parte, el concepto equidistancia ha sufrido un desgaste poco racional.
La equidistancia, es decir, la igualdad de recorrido entre varios puntos, no
debería confundirse con la falta de valentía a la hora de tomar postura sino,
en primer lugar, con la negativa a asumir postulados extremos en situaciones
que no requieren de sectarismo y agitación sino de sensatez y mesura y, en
segundo, de la necesaria capacidad de dudar.
Viene esto a cuento del maniqueísmo que aflora en un porcentaje elevadísimo
de tertulianos, esa casta de gentes expertas en casi todo y sabedoras de casi
nada que no tienen reparos en situarse de manera indubitada, sólida e
irreflexiva en una u otra orilla del asunto que fuere por razones unas veces
más inconfesables (aún) que otras. Este virus maniqueo se propaga con rapidez y
alcanza a casi todos (políticos, sindicatos, empresarios…), siendo cada vez más
difícil encontrar opiniones inmunes. Incluso quien pretende explorar lugares
intermedios en busca de la deseable aurea
mediocritas aristotélica
parece condenado a la incomprensión, al encasillamiento y a la descalificación.
Ejemplos hay a cientos tanto en la política como
en la educación: o eres nacionalista o antinacionalista; o eres separatista o
patriota hasta la caspa; o defiendes el igualitarismo aborregador de la LOGSE o
el economicismo obsesivo de la LOMCE. Blanco o negro. Sin matices, sin
dudas. Sin cuestionamientos ni controversias. Sin razonamientos ni dialécticas.
Hay ocasiones en las que la respuesta no puede ser más que una:
nadie puede buscar el término medio cuando debe elegir entre ubicarse en el
bando de los terroristas (de estado o de los otros) o en el de las víctimas de
un atentado (de estado o de los otros) o cuando tiene que colocarse del lado del
agresor o del agredido, en el de la dictadura o la democracia, la
xenofobia o la tolerancia… pero en muchas otras circunstancias la decisión no
es tan elemental. Y es en esas circunstancias en las que la duda te mantiene
alerta, en actitud crítica, en las que la equidistancia sirve de balanza entre
la víscera y la razón. Renunciar a ello supone dejar que los demás decidan por
ti y aceptar que no eres libre. Dudar permite buscar la verdad fuera de los
fundamentalismos. La equidistancia, por lo tanto, como principio, no sólo es
éticamente aceptable sino que se me antoja definitivamente imprescindible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario