miércoles, 27 de marzo de 2013

Con el carrito del helao. Las dietas de Caja Navarra (III)




Continúa el culebrón sobre las dietas de Caja Navarra. La juez titular del juzgado de instrucción número 3 de Pamplona ha ordenado ahora a Caja Navarra que aporte las actas originales y que se indique además el equipo informático o servidor utilizado para elaborarlas, así como su actual ubicación, para determinar si fueron falseadas. El propósito es despejar las dudas razonables que existen sobre si las actas aportadas de las reuniones de la Permanente fueron elaboradas a posteriori para justificar presuntamente las dietas dobles y triples que la entidad pagó, entre otros, a la presidenta navarra, Yolanda Barcina, al expresidente foral Miguel Sanz, al exconsejero de Economía y Hacienda Álvaro Miranda y al alcalde de Pamplona, Enrique Maya.

Es probable que estemos ante uno de esos casos en los que uno debe ir acostumbrándose a pasar de la perplejidad a la indignación, de la indignación a la risa floja, de la risa floja de nuevo a la indignación… para terminar, por fin, en una suerte de resignación ante un destino que parece escrito y ante el que nada podemos hacer los ciudadanos. Fatum scriptum est...

A propósito de todo este festival, quiero recomendar el espléndido artículo publicado en el blog de Xavier titulado “Por más vueltas que le des, el culo siempre está detrás” y en el que citaba un texto de Indro Montanelli de finales de los ochenta sobre la corrupción. Decía Montanelli que corrupción “siempre había habido en Italia, empezando por Julio César”. La diferencia, según Monatanelli, entre César y nuestros actuales políticos, residía en que aquel era corrupto, pero no incompetente, pues birló al erario público romano, en términos relativos, más de lo que cualquier político de nuestra época pueda jamás soñar, pero aportó riqueza a Roma. Se quedó con una cuarta parte del botín de las Galias, pero aportó a Roma las tres cuartas partes restantes, que no eran moco de pavo (…) Al menos César fue productivo para Roma”. 

No le faltaba razón a Montanelli. Un político corrupto es inaceptable, como debería serlo un político incompetente (aunque con estos parece haber un mayor grado de tolerancia social), pero la combinación entre corrupto e incompetente es, sin duda, letal para cualquier sociedad. 


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