El otro día
estuve charlando con una buena amiga sobre "la cosa educativa".
Dándole vueltas al tópico recurso de achacar los problemas de nuestro sistema
educativo a la deficiente formación del profesor (o lo que es lo mismo: la
tesis de que los alumnos no aprenden porque no sabemos enseñarles), ella
sugirió algo que me llamó la atención por su lógica aplastante: la posibilidad
de que las leyes estuvieran sometidas a un período de prueba.
Aunque mucha
gente no se ha enterado (o no ha querido enterarse), los profesores accedemos a la función
pública por oposición. Esto significa que es un tribunal el que
decide, en base a los principios de transparencia, igualdad, mérito y
capacidad, quién, de entre todos los aspirantes, es merecedor del puesto. Por
si este sistema de selección no bastara, los docentes no nos convertimos en
funcionarios, a pesar de haber ganado la oposición, hasta que no superamos la
fase de prácticas, que dura seis meses e incluye un periodo de
docencia directa y cursos de formación. Ni siquiera
se nos considera funcionarios de carrera hasta que una Comisión Calificadora comprueba la "aptitud para la docencia de los
aspirantes seleccionados" y los califica como aptos o no aptos. Si el
aspirante no supera esta fase de prácticas, pierde todos los derechos a su
nombramiento como funcionario de carrera. A todo ello se añade un examen médico
a fin de acreditar que se reúnen las condiciones físicas y psíquicas necesarias
para el correcto desempeño de la correspondiente función docente, examen que,
de no ser superado, motiva igualmente la pérdida de todos los derechos a su
nombramiento como funcionario de carrera.
Pues bien, no voy a ser tan
perverso como para proponer que nuestros políticos, una vez ocupado el cargo
que sea, se vean obligados a superar una fase de prácticas. Ni siquiera voy a pedir que los
Consejeros, Directores Generales y demás cargos de libre designación que
trabajan en la Administración sean evaluados después de seis meses para poder comprobar su "aptitud". Pero sí sería
exigible que una ley educativa se supeditara al análisis de su eficacia,
durante el tiempo que fuera necesario para poder evaluar su idoneidad. De lo
contrario, lo de menos es si la LOGSE/LOE fue mejor o peor de lo que será la
LOMCE, si la LOGSE era ideológicamente progre y la LOMCE neoliberal, si la LOGSE
rebajó los niveles de exigencia hasta el sonrojo o la LOMCE despreciará todos
aquellos saberes que no supongan una rentabilidad inmediata, si se han aprobado
por consenso o por imposición, si llegará un gobierno de distinto signo y la
derogará. Lo importante, lo preocupante, es que nadie se plantee una evaluación
de esta ley una vez puesta en marcha, ni sus creadores la posibilidad de que no
funcione. Porque quienes la han impulsado no tienen la más mínima intención de
rectificar y quienes la critican, defendiendo las anteriores, jamás se moverán
un milímetro de su postura. Blanco o negro. LOGSE o LOMCE. "Equidad" o
"empleabilidad". No hay término medio, no hay reflexión, no hay cordura. Solo
fanatismo, dogmatismo y sectarismo.
Que nadie
piense que me excluyo de quienes critican desde el prejuicio. También yo lo
hago, pues soy muy crítico con una ley, la LOMCE, que todavía no podemos
evaluar, sencillamente porque no ha habido tiempo, pero que apunta hacia unos
objetivos que, según mi opinión, se desvían de lo que debería ser la enseñanza
pública. En cualquier caso, y como decía al principio, el error principal de la
nueva ley, como de las anteriores, no es tanto si será o no eficaz, sino el
hecho de que, lo sea o no, ha venido para quedarse. Al menos, hasta que otro
partido gane las elecciones y obre de la misma manera. Parece que los
profesores somos los únicos que debemos estar a prueba. Pero otros, no solo no
lo están nunca, sino que, además, eluden toda responsabilidad que se pueda
derivar de sus decisiones.
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