martes, 9 de septiembre de 2014

Lo de menos es la LOMCE.


No se me asusten. No voy a posicionarme a favor de la nueva ley educativa. Ni me gusta ni creo que solucione los problemas de nuestra educación pública (sí, soy de los que piensan que algo hay que solucionar en nuestro sistema educativo y no de los que ya están echando de menos el paraíso terrenal logsiano). Es probable, incluso, que esta ley añada algunos problemas nuevos y más acordes con los tiempos que nos está tocando vivir. Lo que pretendo defender con este artículo es que, con LOMCE o sin ella, lo preocupante es la deriva de nuestra enseñanza pública y la consiguiente desmotivación y desencanto que están haciendo mella en un porcentaje nada desdeñable de profesores, algo que no parece preocupar a las administraciones educativas, absortas en sus experimentos pedagógicos, sociales y empresariales, y mucho menos a quienes se están beneficiando de esta situación. Esta es mi conclusión después de la charla que mantuve ayer por la tarde en el programa de Amaia Madinabeitia "Me importas tú", de Navarra Televisión, con el Director del Servicio de Ordenación e Igualdad de Oportunidades del Departamento de Educación del Gobierno de Navarra y con una representante de la APYMA del Colegio Público Vázquez de Mella de Pamplona, cuyo vídeo dejo en esta misma entrada.
 
Suele decirse que una mentira, por muchas veces que se repita, no se convierte en verdad. Afirmar que la LOMCE va a hacer descarrilar a la enseñanza pública no es serio. Y no lo es, primero, porque no ha habido tiempo para hacer una valoración de su aplicación, como sí ha habido, y de sobras, para concluir que las consecuencias de la implantación de la LOGSE en 1990 han sido nefastas; segundo, porque el deterioro viene de lejos, precisamente desde la entrada en vigor de la ley socialista. Por lo tanto, si queremos ser honestos, digamos que las leyes promulgadas por el PSOE han sido (tiempo ha habido, insisto, para comprobarlo), objetivamente malas. Dicho esto, y admitiendo, como ya he hecho en otras ocasiones, que todo juicio contra la LOMCE tiene mucho de prejuicio, por cuanto no es posible augurar su eficacia o ineficacia, vuelvo a la tesis central de este texto: LOGSE o LOMCE, es lo de menos. Explicaré a continuación por qué lo creo así, no sin antes aclarar que, de la ley que este curso entra en vigor de manera gradual, me parecen potencialmente positivas medidas como las pruebas externas o el adelantamiento de itinerarios.

Todo partido que llega al Gobierno, incluso todo aquel que aspira a alcanzar el poder, sabe que la educación es una herramienta importantísima para adoctrinar al ciudadano y doblegarlo (no es infrecuente que, cuando dos partidos deben alcanzar un acuerdo para gobernar en coalición, las mayores dificultades en la negociación tengan que ver con qué partido asume la "cartera" de Educación). En consecuencia, si hay algo que ha estado siempre (y que seguirá estando) politizado, es justamente la educación. No es momento de analizar o comparar lo que la LOGSE ha hecho y lo que LOMCE pretende hacer. Pero sí es importante evidenciar que el sustrato pedagógico de una y otra no es tan distinto como pudiera parecer. Por ejemplo, uno de los errores más graves de la LOGSE, entre los muchos disparates que nos trajo, fue el sometimiento a lo "pedagógicamente correcto", a medio camino entre el populismo y el anti-elitismo, lo que llevó a justificar, en nombre de un falso igualitarismo, la rebaja del nivel de exigencia, único modo de permitir que todos los alumnos alcancen la meta. Pues bien, los partidos de derechas (PP en España, UPN en Navarra...) han asumido esta misma rebaja del nivel de exigencia, solo que ahora la llaman "equidad". Su consecución vuelve a ser únicamente posible impidiendo que ningún alumno destaque sobre los demás. Ya ven que los dos grandes partidos no difieren tanto en materia educativa y que ambos han terminado confluyendo, con ligeros matices, en lo que ya forma parte de la tríada posmoderna de la que hace bandera la pedagogía oficial y dominante y que lleva tiempo devaluando el papel del profesor y el propio ejercicio de la docencia, a saber:

1º.- Educación emocional: la progresiva sustitución de los diferentes saberes y disciplinas por los afectos y las emociones, obligando al profesor a hacer, no de profesor, sino de terapeuta, coach o psicólogo positivista. Una vuelta de tuerca a la "educación en valores" de la LOGSE.
 
2º.- Nuevas tecnologías, emprendimiento, "aprender haciendo" ("learning by doing")...: la indisimulada intención de hacernos siervos de la tecnología, con fines consumistas y mercantilistas, suplantando "el saber por el saber hacer, más intercambiable desde el punto de vista mercantil", en palabras del filósofo Juan Pedro Viñuela (el "learning by doing" no deja de ser la versión pepera del dogma progre, que no progresista, "lo importante no es qué enseñar sino cómo enseñar"). Citando a Daniel Innerarity, "es el saber el que se ha industrializado de manera acelerada y se piensa en la producción, transmisión, almacenamiento y aplicación del saber como si se tratara de un bien más" (un bien de consumo, claro). "El saber y la formación", según el filósofo vasco, "no son ningún fin en sí, sino un medio para los mercados emergentes, la cualificación de los puestos de trabajo, la movilidad de los servicios y el crecimiento de la economía".
 
3º.- Plurilingüismo: tal y como las distintas administraciones están gestionando los programas bilingües, no solo se están lesionando los derechos de los profesionales de la educación sino que, además, disminuirá, por pura lógica, el nivel de los conocimientos. Nadie niega la importancia de saber idiomas, pero afirmar, como hizo el Consejero de Educación del Gobierno de Navarra en una reciente entrevista, que "garantizaba" que el nivel no iba a descender, o es una bravuconada o una insensatez. La herramienta principal de un docente es la oratoria, luego un docente debe tener un total dominio del lenguaje, expresarse con fluidez y corrección, poseer una buena dicción, etc. Cualquiera puede entender que, si no se domina el idioma, la transmisión de los contenidos disciplinares se verá indefectiblemente resentida, es decir, los alumnos aprenderán menos. Y peor.

A veces uno no puede evitar caer en el pesimismo y teme que pueda ser este el objetivo: conseguir una futura masa social adocenada, dócil y fácilmente reemplazable, que asuma los valores que en cada momento impone la clase política. Ahora, con la excusa de la crisis económica (y minusvalorando la crisis social), se nos trata de convencer de que saldremos de la crisis si nuestros alumnos aprenden educación financiera y son emprendedores; de que serán más felices si en clase trabajan las emociones en lugar de "perder el tiempo" con saberes inútiles que no supongan una inmediata rentabilidad, saberes "caducos" que hoy, nos dicen, "no son necesarios", o sea, que son prescindibles; encontrarán trabajo si chapurrean el inglés aunque no sepan expresarse correctamente en castellano y tengan dificultades para comprender un texto sencillo en su propio idioma; serán competitivos si usan con habilidad el smartphone o la tablet y son capaces de buscar información en google aunque sean incapaces de asimilar, sintentizar o interpretar esa información, o lo que es lo mismo, incapaces de construir conocimiento. Es lo que el ya citado Innerarity llama "el hombre flexible", dispuesto a "aprender toda su vida, que pone sus habilidades cognitivas a disposición de los mercados frenéticos", una "caricatura de la formación humana" (...). "Un saber así", expone Innerarity, "no es más que piezas prefabricadas (módulos y créditos), que se pueden poner a disposición de casi cualquier cosa y se olvidan. De un saber fragmentado y universalmente disponible no se sigue ningún ideal de formación ni de sentido crítico (...) Todo esto revela un profundo desconcierto acerca de lo que significa el saber y de su utilidad social última. El saber es más que información con utilidad inmediata; es una forma de apropiación del mundo: conocimiento, comprensión y juicio".

En definitiva, y retomando la cuestión central, lo de menos son las siglas de la ley educativa. Lo alarmante es que políticos de uno y otro signo se pongan de acuerdo a la hora de utilizar ideológicamente la enseñanza pública, que debería estar, siempre, al margen de ideologías y concentrarse en proporcionar a los alumnos que quieran aprovechar este privilegio (porque la educación pública lo es) la mejor formación académica y humana y la inculcación de valores no dogmáticos y tan "útiles" como el esfuerzo, la voluntad o el amor por el conocimiento. Todo ello solo puede llevarse a cabo contando con la opinión, no de los consultores, empresarios, coaches o pseudoexpertos de los que se rodean los políticos, sino de los profesores, a los que, si no se les ningunea, se les desprecia. Vuelvo a la entrevista, publicada recientemente, con el Consejero, el Sr Iribas, para extractar algunas afirmaciones. La primera es un ejemplo de lo que un Consejero no debe decir nunca, aunque se agradece la transparencia con la que expone su pensamiento: “Hay profesores de castellano preocupados por el inglés, pero ¿a dónde irán a parar si Bildu gobierna e impone la enseñanza en euskera?” Sin comentarios. La segunda afirmación demuestra la valoración que el Consejero tiene de los profesores: "Aquel profesor que no conozca el inglés tendrá su destino porque tenemos muchas posibilidades". ¿Y en qué posibilidades está pensando el Sr Iribas? Porque yo gané una oposición a Profesor de Música en Castellano y esa, y no otra, es mi función. El problema aquí no es tanto lo que se dice (que ya es grave) sino lo que no se dice. ¿Podemos los profesores realizar diferentes "funciones"? Cada vez que a la Administración se le ocurra una idea sobre un "nuevo rol docente", ¿tendrá que "acomodar" a quien no la comparta"? Si este es el máximo dirigente educativo de nuestra comunidad, apañados estamos. Y lo peor es que no parece que otros Consejeros tengan ni una pizca más de cordura. Menudo panorama.

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