Insiste la
izquierda anti-ilustrada en que la escuela no puede convertirse en una carrera de obstáculos. Sobre este asunto
escribí hace poco en este mismo blog pero me gustaría añadir algo más dejando
claro, si es que todavía no lo está, que no estoy a favor de la LOMCE , pero tampoco quiero callar
ante la pretensión de algunos de sus más ruidosos detractores de mantener el statu quo educativo que tan nefastos
resultados nos ha proporcionado.
Dice Izquierda
Unida de Navarra que la nueva ley apostará por una enseñanza basada en la presión del examen convirtiendo
la educación en una constante superación
de pruebas donde las condiciones socioeconómicas y familiares van a ser determinantes
del éxito escolar. Las tres reválidas
previstas, denuncian, sólo persiguen
seleccionar cuanto antes al alumnado para enmascarar el abandono y el fracaso
escolar.
La presión de un examen solo puede evitarse
suprimiendo ese examen, pero ¿de qué manera entonces puede comprobar el docente
el grado de asimilación de los contenidos por parte de un alumno? Un examen no
deja de ser un ensayo de las pruebas que cada alumno, cada joven, cada futuro ciudadano
deberá tratar de superar después en su día a día. Nunca he entendido esa animadversión a
las pruebas escritas. Un examen, bien enfocado, bien planteado, bien digerido
su resultado y bien analizadas las causas de este último, es, no solo una eficaz
herramienta sino que puede (debe) ser una motivación, un reto para el discente,
como lo es una competición deportiva en la quien pierde felicita al ganador y
se compromete consigo mismo a ser mejor en una próxima ocasión y quien gana
disfruta de lo conseguido gracias a su esfuerzo y dedicación. Por otro lado,
los propios alumnos tienen claro (más claro, parece, que algunos adultos) que
deben pasar por un examen para refrendar su aprendizaje (“Profesor, ¿esto entra para el
examen?”, “Dinos alguna pregunta”, “¿Vas a hacer recuperación?”). ¿Acaso
no existe la competitividad después y fuera de la escuela? ¿Qué se van a
encontrar nuestros alumnos una vez finalice su escolarización? No creo que,
dadas las circunstancias, nadie espere un camino de rosas. ¿Qué es un concierto
sino la oportunidad de que el músico demuestre su talento? ¿Qué es una exposición
sino el momento en que un pintor expone su arte? ¿Qué es una final sino la
ocasión para que un deportista se supere? ¿Cómo afrontarán nuestros alumnos los
escollos que tengan que superar en el futuro si les evitamos que se enfrenten
siquiera a las pruebas académicas, sin duda mucho menos crudas y de
consecuencias mucho menos trascendentes?
Según Izquierda
Unida de Navarra, las tres reválidas (término
que, por cierto, no aparece en el texto en ningún momento) sólo persiguen seleccionar cuanto antes al alumnado para enmascarar el
abandono y el fracaso escolar. Se enmascara el abandono y el fracaso
escolar cuando se rebajan los niveles hasta conseguir que nadie destaque, ni
por arriba ni por abajo (algo que se viene haciendo desde la implantación de la LOGSE ). Nada más contrario
al mérito y al esfuerzo (y contrario, por lo tanto, a la esencia de lo que debe
ser la educación) que rechazar unas pruebas que precisamente , si se llevan a cabo
de forma razonable, lo cual está por ver -pero esto ni lo sé yo ni lo sabe IU- evitarán el maquillaje de la realidad y supondrán un acicate para que nuestros
alumnos entiendan que, sin esfuerzo, ningún aprendizaje es posible, y que en la
vida hay que hacer frente a las dificultades. En cuanto a las condiciones socioeconómicas y familiares determinantes
del éxito escolar, es justamente al contrario. La igualdad, como dogma de
fe, como punto de partida y no de
llegada, es, paradójicamente, la mayor enemiga de sí misma. Esta igualdad, que únicamente
es real a nivel jurídico (e incluso podríamos discutir si no lo es solo a nivel
teórico), no puede anteponerse al principio fundamental e inexcusable de la
enseñanza pública: el amparo del derecho a la promoción social de todos (todos
y todas) los alumnos, siempre que quieran y pongan el empeño adecuado y sin tener en
cuenta su origen social, económico o familiar, para lo que la selección (y
cuanto antes) es un filtro indispensable.
Lo igual solo se dice de lo distinto
(Platón)
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