La sin par Esperanza Aguirre, Presidenta del PP madrileño,
ex-Presidenta de la Comunidad de Madrid, Licenciada en Derecho por la
Universidad Complutense de Madrid, Funcionaria del Cuerpo de Técnicos de
Información y Turismo, Asesora de Seeliger y Conde para la “búsqueda y
desarrollo de talento directivo” y Grande de España, escribía recientemente
en ABC sobre las movilizaciones contra la LOMCE. Titulaba el
escrito “La educación y la izquierda”, así, globalmente, para que no haya duda
de que ella, y solo ella, es capaz de conocer a la perfección lo que todos los
ciudadanos de izquierdas opinan sobre la educación. Y ella, y solo ella, es
capaz de resumirnos a todos la situación para enseñarnos a pensar, como es su
obligación, tratándose de una mente taaan privilegiada.
Me sucede algo fastidioso con determinados personajes. Pudiendo estar de acuerdo con algunas de sus tesis (veremos luego con cuáles y por qué), es tal la grima que me produce el tono con que las endilgan (uno no sabe si le tratan de idiota, si le riñen por pretender pensar por sí mismo o si le intentan sermonear o incluso abducir) que termino por sentirme francamente incómodo con las coincidencias.
Esperanza, la abogada, técnica de información y turismo, cazatalentos directivos y Grande de España, habla sobre la LOMCE desde su púlpito moral. Afirma Esperanza, por ejemplo, que los convocantes de las manifestaciones contra la ley de educación (de las que yo no participo, no por estar de acuerdo con la futura ley sino por estar en desacuerdo también con la todavía vigente y porque la alternativa a la retirada de la LOMCE es continuar con la LOE), manifestaciones que son para Aguirre “inmovilistas y retrógadas”, han escogido “unos sencillos eslóganes para que los posibles participantes puedan corearlos con sus gritos”, a saber: “Contra los recortes” y “Contra la ley que el Gobierno está preparando”. Toma, claro. ¿Y qué coreaban los manifestantes contra el aborto, Esperanza incluida, cuando gobernaba el PSOE? “España unida por la vida”. “Vida sí, aborto no”. ¿Y los manifestantes contra la ley de matrimonio homosexual, apoyada por el PP (la manifestación, no la ley)? “La familia sí importa”. ¿Y los de la marcha por la unidad del Archivo de la Guerra Civil, que secundaron Zaplana, Acebes o la propia Esperanza? “Zapatero y Caldera, traidores a su tierra”. “Carod, cabronazo, baja tú a por los legajos”. Muy elaboradas tampoco es que fueran las consignas. Ni muy finas, desde luego (Esperanza, una chica distinguida como tú -permíteme que te tutee-…). En cualquier caso, un eslogan, por definición, debe ser breve. Y original, de acuerdo, pero en esto se quedan cortos tanto unos como otros. Sigamos.
“Hay que saber”, dice Esperanza, que el único “recorte” que ha habido en Educación es pasar de dieciocho a veintiuna horas de clase las que tiene que dar a la semana un profesor de Secundaria”. Cuando Esperanza dice “hay que saber” está siendo muy precisa en su expresión: “hay que saber”. Hay que saberlo y punto. Esperanza dice además que el único “recorte” (entrecomilla la palabra, muy cuca, Esperanza) es que “se ha pasado de dieciocho a veintiuna horas de clase” y no hay más que hablar. No hay más que hablar y que nadie ose poner en cuestión lo que Esperanza dice. ¿Que no se cubren las bajas de los profesores? Chitón. ¿Qué a los profesores se nos hurta una mensualidad? Chitón. Solo existe lo que Esperanza dice que existe.
“Los que vociferan contra la ley que está preparando el Gobierno”, continúa Esperanza, “tienen que saber, antes de nada, que el Gobierno goza de una amplia mayoría absoluta, entre otras razones porque llevaba en su programa la elaboración de una ley que acabe con el calamitoso estado de la educación en España.” Pasando por alto la consideración de “vociferante” de quien discrepa, que ya de entrada es “todo un gesto de altura política” (y absurdo, porque es corriente que un manifestante, contra la LOMCE o contra lo que sea, vocifere en un momento dado), alegar que su partido consiguió una mayoría absoluta por llevar algo, la reforma educativa en este caso, en su programa, resulta bastante cínico, primero, porque el PP llevaba en su programa educativo la ampliación del Bachillerato a tres cursos. Y miau (estuvo ágil la concertada -con la Iglesia hemos topado-). Segundo, porque también llevaba en su programa no subir impuestos (ya saben, “el sablazo que el mal gobernante le pega a sus compatriotas” -Rajoy dixit-). Y miau. Tercero, porque aseguró que el paro bajaría (ah, esa foto del Presidente en la oficina del INEM… -“No lo hagas si no conviene. No lo digas si no es verdad”, decía Marco Aurelio-). Y miau. Cuarto, porque no iban a recortar ni en sanidad ni en educación. Y marramamiau. Etcétera. Prosigamos.
Según Esperanza, “nadie en España tiene hoy la menor duda de que nuestro sistema educativo no funciona”. “Y que quede claro”, añade, “que, a pesar de haber estado el Partido Popular nueve años en el Gobierno, este diseño socialista de la Educación en España no ha cambiado en estos veintitrés años”. Comparto con la Sra Aguirre la valoración de nuestro sistema educativo. No comprendo, sin embargo, que, considerando (con acierto) que no funcionaba, su partido no haya tenido la valentía de abordar antes y sin complejos una reforma tan profunda como necesaria para terminar elaborando un anteproyecto que no deja satisfecho a nadie (lo cual tiene su mérito).
No rebatiré la observación de que estamos “en un marco educativo basado, no en la igualdad de oportunidades, sino en la igualdad de resultados” y que eso “sólo se puede conseguir rebajando hasta extremos inimaginables el nivel académico de lo que se enseña”, ni tengo nada que objetar a la denuncia de Aguirre del “falso igualitarismo” que lleva “a que los alumnos no se esfuercen, a que los profesores se desmoralicen y a que los resultados académicos sean cada vez más pobres”. Sí matizaría que el problema fundamental no es que los resultados sean cada vez más pobres, sino que los alumnos saben cada vez menos. La aclaración no es baladí, pues la finalidad de esta reforma parece más el maquillaje estadístico que la verdadera mejora de la enseñanza (no en vano, el primer objetivo es “reducir la tasa de abandono educativo temprano y mejorar la tasa de población que alcanza ESO” y solamente el tercero habla de “mejorar el nivel de conocimientos”, pero es que incluso este se refiere en exclusiva a las “materias prioritarias”, ocasionando una penosa marginación de otras materias tan importantes como las que este Gobierno estima “prioritarias”.
Esperanza, empeñada en vendernos su pócima milagrosa, acude para su diagnóstico al Informe PISA y a “los resultados recientes de los exámenes para profesores en la Comunidad de Madrid”. Se equivoca en lo segundo, pues los exámenes a los que se refiere y que han sido objeto de encendidos debates y de lo que ya hemos hablado aquí, no eran para profesores sino para maestros y sus causas convendría buscarlas antes en las Facultades de Pedagogía que en el sistema educativo. O si no, en ambos.
Pero donde Esperanza riza el rizo es en el establecimiento de una relación causa-efecto entre el sistema educativo y el paro juvenil. Ahora entiendo la matraca de la “empleabilidad”. Le diría a Esperanza que “hay que saber” que la crisis económica es la principal causa del paro, juvenil o senior, da igual, y que todos sabemos por qué hemos llegado a esta situación y por culpa de quién (o de quiénes). Aceptando que el sistema educativo no funciona con eficacia, porque no funciona, hay que decir que es precisamente su partido, y en concreto su Ministra de Empleo (es un decir lo del empleo -desde que Zapatero bajó la “talla mínima” ministerial, no hemos levantado cabeza-) quien tiene la responsabilidad y la obligación de crear políticas activas de empleo eficaces que permitan a nuestros jóvenes afrontar el futuro con un mínimo de optimismo en lugar de tener que buscarse la vida en otro país.
Para Esperanza Aguirre, llevamos veintitrés años “con un marco educativo inadecuado, y eso quiere decir que hay ya muchos millones de españoles que lo han sufrido y que toda su vida van a cargar con el lastre de no haber aprendido lo que tenían que haber aprendido en sus muchos años de escolarización”. Hace falta atrevimiento para admitir que, habiendo gobernado nueve años el Partido Popular, hay “muchos millones de españoles que toda su vida van a cargar con el lastre de no haber aprendido lo que tenían que haber aprendido”. ¿Y cómo lo han permitido ustedes? (Paso de nuevo al usted, no sea que cojamos confianza) Ya imagino. Llevando a sus hijos a un centro privado y guay (“Los mejores colegios del mundo separan a chicos y chicos”-Aguirre dixit-).
Más cosas. Razona Aguirre que “ante este fracaso evidente y continuado cualquiera puede pensar que algo hay que cambiar. Pues no. Los militantes y dirigentes de los sindicatos y partidos de la izquierda española, aferrados a sus anticuados dogmas, siguen erre que erre en su defensa de políticas educativas que la práctica ha demostrado profundamente erróneas”. Tampoco puedo poner pegas a este comentario. Es cierto que los más combativos contra la reforma (que, por cierto, serían, en rigor, los contrarreformistas) pretenden mantener un statu quo cuyos funestos resultados ya conocemos pero, Esperanza, no basta con cambiar algo para mejorar. Para que algo, y más un sistema educativo, mejore es imprescindible tener claro qué se quiere conseguir (¿reducir la tasa de fracaso escolar? ¿Incrementar el nivel de conocimientos? No es lo mismo), conocer bien la realidad educativa (creo que no ha ejercido usted la docencia, Esperanza) y entonces, solo entonces, proponer el sentido de las reformas. Aunque presuma del “exquisito cuidado que está teniendo” el Gobierno “para escuchar a todos los sectores involucrados en la enseñanza”, mucho me temo que entre esos sectores no se ha incluido a los profesores. Si se hubiera hecho, la LOMCE sería otra cosa. Lo que ha hecho su partido es una nueva ley (y van…) pero no una reforma del sistema. Como los otros, ha optado por elaborar un plan a la medida de su ideología, con algunos aspectos, es verdad, que podrían suponer un tímido avance si se hicieran bien (que está por ver -me refiero al adelantamiento de itinerarios, a las evaluaciones externas o al fomento de la Formación Profesional, pero también a la leve variación terminológica que se afea en la parte “economicista” pero se oxigena al sortear conceptos como “comprensividad”-). La realidad, por mucho que ustedes nos intenten convencer del amplio consenso con que han confeccionado la LOMCE (se han limitado a recibir sugerencias por correo electrónico y poco más) es que, como en anteriores ocasiones (en todas ellas) el Gobierno ha sacado “su ley” sin haber promovido un amplio y profundo debate sobre educación como habría sido deseable y sin haber siquiera intentado alcanzar un pacto de estado en un asunto de vital importancia para nuestra sociedad.
Tiene usted razón, Esperanza, en que “los dogmas igualitaristas han acabado por ser el mayor enemigo de la igualdad de oportunidades y de la posibilidad de promoción social que siempre debe ofrecer un sistema educativo” y en que “un sistema que no es exigente con los alumnos impide que los que provienen de las familias más desfavorecidas económicamente puedan acceder a las oportunidades que siempre tendrán los de familias más pudientes”. No solo tiene razón sino que hasta me haría una camiseta con semejante alegato. Pero esta reflexión no resulta muy creíble cuando proviene de una persona con la trayectoria de privatizaciones y patrocinio de la educación privada (la subvención pública en la Comunidad de Madrid se incrementó entre el curso 2004-2005 y el 2009-2010 en un 29,8%) que tiene usted.
“Education, education, education!”, dice Esperanza acordándose de Tony Blair, a quien admira tanto como a Margaret Thatcher. Yo le respondo: Chá, chá, chá, porque, como decía Machín, “Esperanza, solo sabes bailar chá, chá, chá”.
Me sucede algo fastidioso con determinados personajes. Pudiendo estar de acuerdo con algunas de sus tesis (veremos luego con cuáles y por qué), es tal la grima que me produce el tono con que las endilgan (uno no sabe si le tratan de idiota, si le riñen por pretender pensar por sí mismo o si le intentan sermonear o incluso abducir) que termino por sentirme francamente incómodo con las coincidencias.
Esperanza, la abogada, técnica de información y turismo, cazatalentos directivos y Grande de España, habla sobre la LOMCE desde su púlpito moral. Afirma Esperanza, por ejemplo, que los convocantes de las manifestaciones contra la ley de educación (de las que yo no participo, no por estar de acuerdo con la futura ley sino por estar en desacuerdo también con la todavía vigente y porque la alternativa a la retirada de la LOMCE es continuar con la LOE), manifestaciones que son para Aguirre “inmovilistas y retrógadas”, han escogido “unos sencillos eslóganes para que los posibles participantes puedan corearlos con sus gritos”, a saber: “Contra los recortes” y “Contra la ley que el Gobierno está preparando”. Toma, claro. ¿Y qué coreaban los manifestantes contra el aborto, Esperanza incluida, cuando gobernaba el PSOE? “España unida por la vida”. “Vida sí, aborto no”. ¿Y los manifestantes contra la ley de matrimonio homosexual, apoyada por el PP (la manifestación, no la ley)? “La familia sí importa”. ¿Y los de la marcha por la unidad del Archivo de la Guerra Civil, que secundaron Zaplana, Acebes o la propia Esperanza? “Zapatero y Caldera, traidores a su tierra”. “Carod, cabronazo, baja tú a por los legajos”. Muy elaboradas tampoco es que fueran las consignas. Ni muy finas, desde luego (Esperanza, una chica distinguida como tú -permíteme que te tutee-…). En cualquier caso, un eslogan, por definición, debe ser breve. Y original, de acuerdo, pero en esto se quedan cortos tanto unos como otros. Sigamos.
“Hay que saber”, dice Esperanza, que el único “recorte” que ha habido en Educación es pasar de dieciocho a veintiuna horas de clase las que tiene que dar a la semana un profesor de Secundaria”. Cuando Esperanza dice “hay que saber” está siendo muy precisa en su expresión: “hay que saber”. Hay que saberlo y punto. Esperanza dice además que el único “recorte” (entrecomilla la palabra, muy cuca, Esperanza) es que “se ha pasado de dieciocho a veintiuna horas de clase” y no hay más que hablar. No hay más que hablar y que nadie ose poner en cuestión lo que Esperanza dice. ¿Que no se cubren las bajas de los profesores? Chitón. ¿Qué a los profesores se nos hurta una mensualidad? Chitón. Solo existe lo que Esperanza dice que existe.
“Los que vociferan contra la ley que está preparando el Gobierno”, continúa Esperanza, “tienen que saber, antes de nada, que el Gobierno goza de una amplia mayoría absoluta, entre otras razones porque llevaba en su programa la elaboración de una ley que acabe con el calamitoso estado de la educación en España.” Pasando por alto la consideración de “vociferante” de quien discrepa, que ya de entrada es “todo un gesto de altura política” (y absurdo, porque es corriente que un manifestante, contra la LOMCE o contra lo que sea, vocifere en un momento dado), alegar que su partido consiguió una mayoría absoluta por llevar algo, la reforma educativa en este caso, en su programa, resulta bastante cínico, primero, porque el PP llevaba en su programa educativo la ampliación del Bachillerato a tres cursos. Y miau (estuvo ágil la concertada -con la Iglesia hemos topado-). Segundo, porque también llevaba en su programa no subir impuestos (ya saben, “el sablazo que el mal gobernante le pega a sus compatriotas” -Rajoy dixit-). Y miau. Tercero, porque aseguró que el paro bajaría (ah, esa foto del Presidente en la oficina del INEM… -“No lo hagas si no conviene. No lo digas si no es verdad”, decía Marco Aurelio-). Y miau. Cuarto, porque no iban a recortar ni en sanidad ni en educación. Y marramamiau. Etcétera. Prosigamos.
Según Esperanza, “nadie en España tiene hoy la menor duda de que nuestro sistema educativo no funciona”. “Y que quede claro”, añade, “que, a pesar de haber estado el Partido Popular nueve años en el Gobierno, este diseño socialista de la Educación en España no ha cambiado en estos veintitrés años”. Comparto con la Sra Aguirre la valoración de nuestro sistema educativo. No comprendo, sin embargo, que, considerando (con acierto) que no funcionaba, su partido no haya tenido la valentía de abordar antes y sin complejos una reforma tan profunda como necesaria para terminar elaborando un anteproyecto que no deja satisfecho a nadie (lo cual tiene su mérito).
No rebatiré la observación de que estamos “en un marco educativo basado, no en la igualdad de oportunidades, sino en la igualdad de resultados” y que eso “sólo se puede conseguir rebajando hasta extremos inimaginables el nivel académico de lo que se enseña”, ni tengo nada que objetar a la denuncia de Aguirre del “falso igualitarismo” que lleva “a que los alumnos no se esfuercen, a que los profesores se desmoralicen y a que los resultados académicos sean cada vez más pobres”. Sí matizaría que el problema fundamental no es que los resultados sean cada vez más pobres, sino que los alumnos saben cada vez menos. La aclaración no es baladí, pues la finalidad de esta reforma parece más el maquillaje estadístico que la verdadera mejora de la enseñanza (no en vano, el primer objetivo es “reducir la tasa de abandono educativo temprano y mejorar la tasa de población que alcanza ESO” y solamente el tercero habla de “mejorar el nivel de conocimientos”, pero es que incluso este se refiere en exclusiva a las “materias prioritarias”, ocasionando una penosa marginación de otras materias tan importantes como las que este Gobierno estima “prioritarias”.
Esperanza, empeñada en vendernos su pócima milagrosa, acude para su diagnóstico al Informe PISA y a “los resultados recientes de los exámenes para profesores en la Comunidad de Madrid”. Se equivoca en lo segundo, pues los exámenes a los que se refiere y que han sido objeto de encendidos debates y de lo que ya hemos hablado aquí, no eran para profesores sino para maestros y sus causas convendría buscarlas antes en las Facultades de Pedagogía que en el sistema educativo. O si no, en ambos.
Pero donde Esperanza riza el rizo es en el establecimiento de una relación causa-efecto entre el sistema educativo y el paro juvenil. Ahora entiendo la matraca de la “empleabilidad”. Le diría a Esperanza que “hay que saber” que la crisis económica es la principal causa del paro, juvenil o senior, da igual, y que todos sabemos por qué hemos llegado a esta situación y por culpa de quién (o de quiénes). Aceptando que el sistema educativo no funciona con eficacia, porque no funciona, hay que decir que es precisamente su partido, y en concreto su Ministra de Empleo (es un decir lo del empleo -desde que Zapatero bajó la “talla mínima” ministerial, no hemos levantado cabeza-) quien tiene la responsabilidad y la obligación de crear políticas activas de empleo eficaces que permitan a nuestros jóvenes afrontar el futuro con un mínimo de optimismo en lugar de tener que buscarse la vida en otro país.
Para Esperanza Aguirre, llevamos veintitrés años “con un marco educativo inadecuado, y eso quiere decir que hay ya muchos millones de españoles que lo han sufrido y que toda su vida van a cargar con el lastre de no haber aprendido lo que tenían que haber aprendido en sus muchos años de escolarización”. Hace falta atrevimiento para admitir que, habiendo gobernado nueve años el Partido Popular, hay “muchos millones de españoles que toda su vida van a cargar con el lastre de no haber aprendido lo que tenían que haber aprendido”. ¿Y cómo lo han permitido ustedes? (Paso de nuevo al usted, no sea que cojamos confianza) Ya imagino. Llevando a sus hijos a un centro privado y guay (“Los mejores colegios del mundo separan a chicos y chicos”-Aguirre dixit-).
Más cosas. Razona Aguirre que “ante este fracaso evidente y continuado cualquiera puede pensar que algo hay que cambiar. Pues no. Los militantes y dirigentes de los sindicatos y partidos de la izquierda española, aferrados a sus anticuados dogmas, siguen erre que erre en su defensa de políticas educativas que la práctica ha demostrado profundamente erróneas”. Tampoco puedo poner pegas a este comentario. Es cierto que los más combativos contra la reforma (que, por cierto, serían, en rigor, los contrarreformistas) pretenden mantener un statu quo cuyos funestos resultados ya conocemos pero, Esperanza, no basta con cambiar algo para mejorar. Para que algo, y más un sistema educativo, mejore es imprescindible tener claro qué se quiere conseguir (¿reducir la tasa de fracaso escolar? ¿Incrementar el nivel de conocimientos? No es lo mismo), conocer bien la realidad educativa (creo que no ha ejercido usted la docencia, Esperanza) y entonces, solo entonces, proponer el sentido de las reformas. Aunque presuma del “exquisito cuidado que está teniendo” el Gobierno “para escuchar a todos los sectores involucrados en la enseñanza”, mucho me temo que entre esos sectores no se ha incluido a los profesores. Si se hubiera hecho, la LOMCE sería otra cosa. Lo que ha hecho su partido es una nueva ley (y van…) pero no una reforma del sistema. Como los otros, ha optado por elaborar un plan a la medida de su ideología, con algunos aspectos, es verdad, que podrían suponer un tímido avance si se hicieran bien (que está por ver -me refiero al adelantamiento de itinerarios, a las evaluaciones externas o al fomento de la Formación Profesional, pero también a la leve variación terminológica que se afea en la parte “economicista” pero se oxigena al sortear conceptos como “comprensividad”-). La realidad, por mucho que ustedes nos intenten convencer del amplio consenso con que han confeccionado la LOMCE (se han limitado a recibir sugerencias por correo electrónico y poco más) es que, como en anteriores ocasiones (en todas ellas) el Gobierno ha sacado “su ley” sin haber promovido un amplio y profundo debate sobre educación como habría sido deseable y sin haber siquiera intentado alcanzar un pacto de estado en un asunto de vital importancia para nuestra sociedad.
Tiene usted razón, Esperanza, en que “los dogmas igualitaristas han acabado por ser el mayor enemigo de la igualdad de oportunidades y de la posibilidad de promoción social que siempre debe ofrecer un sistema educativo” y en que “un sistema que no es exigente con los alumnos impide que los que provienen de las familias más desfavorecidas económicamente puedan acceder a las oportunidades que siempre tendrán los de familias más pudientes”. No solo tiene razón sino que hasta me haría una camiseta con semejante alegato. Pero esta reflexión no resulta muy creíble cuando proviene de una persona con la trayectoria de privatizaciones y patrocinio de la educación privada (la subvención pública en la Comunidad de Madrid se incrementó entre el curso 2004-2005 y el 2009-2010 en un 29,8%) que tiene usted.
“Education, education, education!”, dice Esperanza acordándose de Tony Blair, a quien admira tanto como a Margaret Thatcher. Yo le respondo: Chá, chá, chá, porque, como decía Machín, “Esperanza, solo sabes bailar chá, chá, chá”.
Excelente artículo, querido Alberto. Mis felicitaciones al respecto. He disfrutado la lectura porque este es uno de mis personajes favoritos: ando en el intento de presentársela a mi amigo Robespierre... Comparto cada línea, excepto una: no es "el falso igualitarismo" el que desmoraliza a los profesores: hunde más el atraco indecente al salario honestamente ganado, así como el trabajar más por menos. Todos sabemos bien cuáles han de ser los incentivos para que un trabajador no se desmoralice (en el fútbol hay cientos de ejemplos). La Espe fue ministra del ramo y no hizo nada para arreglar el desaguisado legislativo, asíq ue ahora debería callarse. Pero su incontinencia verbal (espero que también padezca de la otra) es poderosa.
ResponderEliminarGracias, Manuel. Creo que ambas cosas pero desde luego la que apuntas, también. Siempre digo que si no recibiera una nómina a final de mes me quedaría en casa. Voy a trabajar porque me pagan. Como todos. Si luego disfruto o no, es otro asunto (en mi caso, habitualmente disfruto).
ResponderEliminarAlberto, yo creo que en lo esencial no es necesario un "pacto de Estado" en Educación, porque ya hay un pacto de Estado desde la LOGSE. Los dogmas de la LOGSE son intocables, y así lo han mantenido hasta ahora tirios y troyanos. Podemos seguir jodidos muchísimos siglos más. Como tú bien dices, no se cambia el sistema educativo, sino la Ley. Concretamente, con fines electorales, por pura propaganda de partido. Las pequeñas variaciones, que tanto nos molestan cada ciertos años dando al traste con nuestro trabajo, únicamente vienen a constituir el escaparate del partido (para los clientes, la Iglesia, los votantes, etc). Al fin y al cabo, nos hemos acostumbrado a aguantar que nos cambien la Ley sin que pase nada, y ellos han encontrado en esto un chollo promocional. Es la única Ley General que se pueden poner por montera cada vez que les pete. Un saludo.
ResponderEliminarPues, para serte sincero, estoy de acuerdo contigo y en desacuerdo conmigo. Quiero decir que, aunque no ha pasado ni un año desde que escribí sobre Esperanza y hablé de la necesidad de un pacto de estado, lo cierto es que más de una vez, después de haberlo escrito, he pensado que estaba equivocado y que realmente los dos grandes partidos están en la práctica de acuerdo, luego podemos hablar de un acuerdo tácito en materia de educación. El ejemplo más claro, como tú mismo apuntas, es que los dos intentan adoctrinar, de una u otra forma y que ni los socialistas están dispuestos a aceptar sus errores ni los populares a corregirlos. Otro saludo para ti.
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