Como cualquier otro asunto, suele
ser aconsejable tratar la controversia educación pública-educación concertada
desde el desapasionamiento y afrontándolo desde la mayor racionalidad de que
seamos capaces. Conviene también dejar a un lado la ideología
para evitar que nuestra postura quede supeditada a aquella. Que uno considere
que los servicios públicos son esenciales en toda democracia avanzada no debe ser
impedimento para admitir que, en función de las circunstancias, se ha de ser
flexible en las convicciones y admitir situaciones excepcionales. Una de estas
situaciones excepcionales fue la necesidad de concertar determinados centros privados, pues así lo requería el exceso de matrícula que
los centros públicos, en su día, no podían absorber. La red concertada nació pues
como subsidiaria de la pública en un contexto en el que parecía razonable que
el erario público se dedicara a cubrir parte de su presupuesto para cumplir con
el objetivo de “universalizar la educación”.
Ahora bien, aceptar lo anterior
no significa que uno tenga que comulgar con ruedas de molino. En un momento de
crisis como este, con durísimos recortes en los servicios
públicos, graves carencias en infraestructuras y serios problemas derivados (no todos) de la falta de recursos, no parece que con la tan
manoseada “libertad de elección de centro” se nos pueda convencer de
que esto es así porque “así debe ser”, como aquel Muß es sein del último cuarteto de Beethoven del que Kundera se hizo eco
en “La
insoportable levedad del ser”, o sea, porque el Destino así lo ha querido. ¿De verdad tiene que ser así? Yo creo que no, sobre todo porque la libertad de
elección de centro no está en cuestión. En todo caso, deberíamos hablar de
“libertad de subvención”. Cualquier padre y cualquier madre pueden matricular a
sus hijos en un centro público o privado, en el primero de forma totalmente gratuita. Pero nadie, insisto, nadie les impide hacerlo donde consideren.
Eso es libertad. Lo otro es pretender que a una familia que, legítimamente,
opta por la enseñanza privada, se le financie en su elección. Nada reprocho,
quiero dejarlo bien claro, a quien prefiere un centro privado a uno público por el
motivo que fuere: laicidad o religiosidad, perfil del profesorado, cercanía,
resultados académicos... Lo que no encuentro sensato es que se exija, apelando
a la libertad, que se le pague. Más doloroso resulta comprobar cómo el
Consejero de Educación del Gobierno de Navarra da la sensación de defender
con más ahínco la red concertada que la pública, por supuesto enarbolando
también la bandera de la libertad. Y más inaceptable aún que se empeñe en
condicionar el voto de los ciudadanos advirtiendo de lo que otros harían en
contra de la concertada a la que él tanto ampara, sobre todo porque él mismo se
ha permitido endilgar a la fuerza sus píldoras plurilingües para evitar el
avance de la matriculación en el modelo D (su Presidenta lo reconoció
públicamente). Motivación política se llama eso. Y no difiere del “si no ganamos las elecciones
vosotros no trabajáis en la Junta” de la entonces delegada de Empleo de la Junta de Andalucía en Jaén,
Irene Sabalete, que esta lanzó a un grupo de trabajadores de la Administración
andaluza durante una reunión celebrada un mes antes de los comicios
autonómicos con directores de las Unidades Territoriales de Empleo, Desarrollo
Local y Tecnológico y que ha circulado estos días por las redes sociales. Ya
ven que en todas partes cuecen habas, lo cual no resta importancia a la
cuestión, desde luego. Y la cuestión no tiene que ver tanto con la conveniencia
o no de disponer de una red de centros concertados como de establecer
prioridades en la gestión política de los servicios públicos. Sin entrar a
valorar lo que otros partidos, si llegaran al Gobierno, querrían decidir en
materia educativa, lo que pido a nuestros dirigentes, a estos o a
los que los sustituyan en unos meses, es que tengan claras las prioridades y
valoren si es prudente, ya no digo mantener el gasto público en la red
concertada, sino al menos conservar en ella un gasto tan elevado (los
recientes 459 millones de euros para la renovación de
conciertos educativos en Primaria, ESO y FP y los 107,5 millones en Infantil
y Bachillerato, del año pasado), pese
a los continuos recortes en la pública.
Como digo, se trata de establecer
prioridades. Y esto debe hacerse en todos los ámbitos: ¿es más importante
fomentar que nuestros alumnos aprendan a amar el conocimiento, que se despierte en
ellos la curiosidad por saber, que desarrollen la sensibilidad artística, que
se cultiven cultural, humanística y científicamente o que canten el himno deNavarra, aprendan a emprender y estudien Religión? ¿es mejor robustecer la red pública y
que la concertada sea, tal y como fue concebida, auxiliar, o dejar que la educación
pública se apague mientras la privada, con ayuda de nuestros impuestos, se
robustece al tiempo que segrega por sexos o acoge un número menor de
inmigrantes? Una pregunta más: cuando se defiende la concertación, ¿se hace en
busca de un equilibrio entre redes o con el fin de proporcionar a una de ellas
cierta exclusividad social? Porque, en mi opinión, toda administración educativa debe corregir
los desequilibrios en lugar de incentivarlos, evitar la fractura social y
garantizar la igualdad de oportunidades y la posibilidad de que cualquiera, en base
a su esfuerzo y su formación, pueda ascender socialmente y progresar. Este y no otro debe ser el objetivo de la enseñanza pública.
Y esta es la gran responsabilidad de nuestros gobernantes. Ojalá lo tengan
claro.
Sabes que comparto a cien por cien las ideas que sintetizas en el último párrafo de tu artículo, pero es lamentable que esas pautas, al menos en España, suenen hoy en día a utopía. Algo tan elemental como que la educación debería procurar al alumno conocimiento, cultura y enriquecimiento humano hoy en día parece muy alejado de los planes de quienes nos gobiernan. Y, eliminado eso, lo de la educación como instrumento de ascenso social se cae automáticamente. Un sistema educativo empobrecedor y clasista, eso es lo que tenemos, muy favorecido, entre otras cosas, por el Estado de las Autonomías. La educación está siendo muy maltratada en los últimos años y parece que en los venideros va a seguir igual o peor.
ResponderEliminarLo sé, Pablo. Que lo compartes y que el paciente tiene muy mala cara. Un abrazo
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