Sobre la segunda ronda de intervenciones.
La semana pasada comentaba la primera ronda de intervenciones de los políticos que participaron en la mesa redonda sobre educación. Prosigo y
completo el relato con el resto de intervenciones.
Carolina Díaz (Ciudadanos) consideró que hay que "exigir y formar
desde el punto de vista pedagógico a los profesores" y modificar el
sistema de acceso añadiendo exámenes cada cinco años para que "las
oposiciones no sean sempiternas". Díaz Apostó por "nuevas metodologías"
distintas de la calificó como "la letra con sangre entra", unas metodologías que,
indicó, deberían "tener en cuenta las inteligencias múltiples". Es
curioso cómo, al contrario de lo que ocurre en la medicina, en la que el
profesional médico es en general respetado, en nuestra profesión sucede que si
un alumno no aprende, ni el sistema ni (¡faltaría más!) el alumno tienen el más
mínimo porcentaje de culpa. Esta queda reservada en exclusiva para el profesor.
Dicho de otra forma: si los chicos no aprenden, a nadie se le ocurre indagar qué
han hecho o dejado de hacer aquellos, ni en si las condiciones para su
aprendizaje han sido óptimas o pésimas. El diagnóstico es siempre el mismo: la
mala formación (pedagógica, por supuesto) del profesor. Para colmo, las
oposiciones, según la portavoz de Ciudadanos, no deben ser
"sempiternas". Pero, digo yo, que entre durar eternamente y caducar a
los cinco años, puede haber un margen. No rechazo la discusión de buscar una
forma de evaluar a un docente que lleva años ejerciendo desde que ingresó en la
función pública, no crean, pero para ello debería estudiarse con mucho cuidado
qué se tiene intención de evaluar: si sus conocimientos o su adaptación a la moda pedagógica
otoño-invierno, primavera-verano. Cuidado pues con esto.
Nekane Pérez (EH-Bildu) reivindicó la utilidad de "hacer
política" con la educación, en busca de una "excelente equidad",
pidió que no perdiera de vista la "inclusividad" y abogó por el aumento
de inversión en formación. Ya he dicho que con más gasto no se mejora un
sistema deficiente, así que no insisto. También he dicho que la mala política
se soluciona con buena política. Y también he expresado mis serias dudas acerca
de la equidad. Pero a lo que me opongo sin dudar es a la persistencia en hablar
de inclusividad, no por negativa a priori sino por utópica. Rectifico: por
negativa y perjudicial, pues la escuela inclusiva es partidaria de eliminar
cualquier mecanismo de selección. En la escuela. A ver cómo se las
arreglan para eliminarlos fuera.
Mikel Aramburu (Geroa Bai) insistió en que la educación pública debe ser
prioritaria y la concertada, subsidiaria. Habló del deterioro de las
condiciones laborales (ratio, horas lectivas, jubilación) y de la necesidad de
no perder "democracia en la gestión de los centros" con la LOMCE. Por
último, criticó la segregación por sexos porque supone, como en la cuestión
lingüística, "apellidar la educación" y defendió las dos lenguas
propias: castellano y euskera y la conveniencia de disponer de una "ley
educativa propia". No tengo datos, pruebas o informes para defender con
argumentos contundentes la no segregación con criterios de calidad o
rendimiento académico, aunque sí puedo reivindicar que todos los centros
sostenidos con fondos públicos deben seguir las mismas directrices y esto no
sucede. Pero dejando al margen este controvertido asunto (y la discutible
necesidad de una "ley educativa propia" como la que demandaba
Aramburu), creo que acertaba Aramburu cuando adviertía de la pérdida de
democracia interna que, disfrazada de autonomía de centro, nos va a traer la LOMCE,
Marisa De Simón (I-E) reiteró la prioridad que debe tener la enseñanza
pública como la única que puede garantizar la "equidad" y la
oportunidad de reducir de forma progresiva los conciertos. Reclamó
"inversión, participación de toda la comunidad educativa y autonomía"
y apuntó algunas medidas como la "gratuidad real de la enseñanza" o
"reducción de ratio", y cuestionó la "libertad de elección
de centro". Para no ser reiterativo, me centraré ahora en algo que aún no
he tratado: aún en estas dos entradas dedicadas al debate: la gratuidad. Cuando oigo hablar de gratuidad me acuerdo de la
inefable ex-ministra socialista Carmen Calvo cuando decía que "el
dinero público no es de nadie". Mal haremos si pensamos así y creemos
que hay cosas gratuitas. Nada es gratis. No ahondaré en este asunto porque ya
me estoy extendiendo demasiado, así que, brevemente diré que estoy en contra de
la gratuidad de los libros de texto si cualquiera de estos dos requisitos no se
puede justificar: un nivel de renta que no permita adquirir los libros y el aprovechamiento
probado de los recursos. Sobre las becas, hablé aquí.
Fátima Andreo (Podemos) rechazó las pruebas externas para el alumnado
porque "llevan a la competencia" y de igual manera las rechazó para
el profesorado "cada cinco años", como sugería la representante de
UPyD. Se mostró contraria a la impartición de materias ajenas a la especialidad
y pidió la "paralización" de la LOMCE. No comprendo la enérgica
oposición a las pruebas externas. Solo quien está poco dispuesto a esforzarse
puede estar en contra de que se le evalúe porque una evaluación puede suponer
un revés, pero también un reconocimiento, un impulso y una motivación. Y, en
cualquier caso, sirve para comprobar si las cosas se están haciendo bien. ¿No
es esto lo que queremos todos? Reconozcamos al menos cierta coherencia en la
postura. Estaría bueno que, estando en contra de las pruebas a los alumnos, se
estuviera a favor de hacerlas pasar al profesor. Y en cuanto a la
competitividad, es curioso lo bien vista que está en el deporte (incluso en la
vida real) y lo denostada que está en la escuela. Luego decimos que la escuela
es reflejo de la sociedad. Ya...tal.
Amaia Zarranz (PPN) consideró "demagógicos" algunos de los
argumentos críticos con la LOMCE y citó algunas medidas para mejorar la
educación, como el apoyo a los directores mediante la "incentivación de la
función directiva" o un reconocimiento del profesor como "autoridad
pública" que le otorgue "presunción de veracidad". Nada que
objetar a esto último. En relación con lo primero, si los incentivos tienen que
ver con permitir a un director intervenir en la selección del profesorado, no
lo llamemos incentivo; llamémoslo de otra forma (que cada cual escoja la que le
parezca más adecuada).
Pedro Rascón (PSN) negó que hubiera habido muchas leyes educativas, puesto que "el 99% de las leyes educativas" son "socialistas". Planteó
varias medidas, como la mejora de la "formación inicial del
profesorado" en cuanto a las "competencias" y a su "adaptación
al siglo XXI" en cuanto a las "formas de enseñar". Puso en duda
la enseñanza de "materias" antes de la educación postobligatoria,
pues "lo importante" es "educar". Por fin, en referencia a
la consideración del docente como autoridad pública, se opuso a "poner
porra al profesor" (sic). Estoy de acuerdo en que este sistema es
básicamente socialista, ya que la LOMCE se basa en la LOGSE-LOE (definámoslo en
todo caso como "pepelista"). El resto de afirmaciones no tienen
desperdicio. Primero, Rascón, imbuido del espíritu innovador que impera hoy en la enseñanza, persistía en culpar al
profesor por su poca pericia con las competencias (somos, pues
"incompetentes") y porque (no lo dijo así pero probablemente lo
piense) estamos más pasados que las galas de José Luis Moreno. Segundo, criticó la enseñanza de materias porque en la escuela "hay que educar", una apreciación muy cuestionable si consultamos el diccionario de la Real Academia, que define "educación" como
"crianza", pero también como "enseñanza", "doctrina"
e "instrucción por medio de la acción docente"). Tercero, relacionó
la autoridad del profesor con "ponerle porra", lo cual no merece ni comentario.
Codés Echalecu (UPyD), por último, respaldó como "iniciativa de
UPyD" la autoridad del profesor, expuso la necesidad de apoyar a los
orientadores y de "evaluar las leyes educativas", de convocar
oposiciones y evitar la libre designación, así como la creación de auxiliares
para evitar que el docente deba dedicarse "a cuidar pasillos", la
reforma de los currículos y la implantación de un "MIR para
profesores". Todo, excepto la ocurrencia del MIR para profesores, me
parece razonable. Sobre este particular, di mi opinión en un artículo de hace
unos años en el que me refería a quien entonces lo proponía: Alfredo Pérez
Rubalcaba. Me pareció tan desatinado como ahora.
Pues bien, aquí termina mi crónica de un debate político. ¿Qué conclusiones
saco? Algunas.
La primera, que sigue habiendo una gran distancia entre lo que un profesor y
un político piensan de nuestro oficio, hasta en aquellos casos en los que el
político procede del mundo de la docencia.
La segunda, que el propio funcionamiento de los partidos hace difícil, si
no imposible, que sus representantes tengan plena libertad de opinión, pues se
deben al programa de cada organización y las directrices que de sus respectivas direcciones. Por eso el discurso, con sus
excepciones, se parece demasiado al oficial y esto genera cierta previsibilidad
que va en detrimento de la calidad del debate.
La tercera, que, pese a todo, todavía es posible el debate civilizado y la
serena confrontación de ideas. En este sentido es de agradecer el tono empleado
por los participantes, muy alejado del ambiente hooliganístico de las tertulias
televisivas.
La cuarta, que si existe la posibilidad de recuperar la dignidad de la
actividad política como la de aquellos que gestionan o aspiran a gestionar los
servicios públicos, esta pasa por la honradez, la ejemplaridad y la capacidad
de oratoria y diálogo. Y quiero pensar que no somos pocos los que estamos deseando poder a
volver a confiar en la política. Depende de los políticos, pero también de
nosotros.
Buenas. Muy interesante la crónica que realizas, Atticus. Sólo hay una apreciación que quiero hacer: Entre las conclusiones que mencionas, dices que "... sigue habiendo una gran distancia entre lo que un profesor y un político piensan de nuestro oficio." En términos generales es cierto lo que dices (los políticos desconocen la realidad de las aulas, a diferencia de los profesores), pero también es un hecho que existen formas muy diferentes de pensar entre los docentes sobre el sistema educativo público que queremos, y bien puedo imaginar una mesa redonda donde todos los contertulios sean profesores y cuyos puntos de vista difieran entre si tanto o más que las diferencias encontradas entre los políticos del programa que moderaste. En otras palabras, lo que un profesor piensa (que no pocas veces está influenciado por sus inclinaciones políticas) es tan variable como lo que un político piensa... Y así nos va...
ResponderEliminarTienes toda la razón, lo que significa que la primera de mis conclusiones es, en el mejor de los casos, precipitada. Y, en el peor, equivocada. Lo cierto es que la distancia entre profesores, como muy bien dices, es tan grande o más que la que hay entre estos y los políticos. Gracias por el comentario.
EliminarHágome cruces
ResponderEliminarHágome cargo.
Eliminar