miércoles, 26 de febrero de 2014

A vueltas con la tele (III): Pasión de pedagogos o qué importa lo que compuso Monteverdi.


Si hay algo que obsesiona a iluminados, gurús y pedabobos es la falta de pasión que sospechan en quienes no somos partidarios del beso de tornillo como estrategia didáctica. Tengo que reconocer que últimamente esto empieza a incomodarme un poco porque confundir la seriedad en el trabajo con ser un desaborido supone entrar en cuestiones personales más propias de pelea de vecinos que de intercambio sensato de pareceres.

Me estoy refiriendo a las pseudoteorías de María Acaso, participante en la tertulia televisiva de la semana pasada, partidaria de la supresión de “premios y castigos”, la eliminación de los exámenes y “la vuelta a la pasión”, tal y como defendió, rumbosa, durante la tertulia. Estas ideas tan (poco) innovadoras contienen una acusación implícita de “insulso” de quien se cree con la capacidad de acumular tanta pasión en su misma mismidad que no nos queda a los demás ni una pizca que acoger. ¿Nunca han tenido la sensación de que hay personas que tienen que estar tan anchas en el mundo que casi te obligan a bajarte? Pues algo parecido, pero con la pasión. Ante semejante sandez, se me ocurren, así a bote pronto, cuatro objeciones: la primera, que tengo derecho a enseñar con la pasión que me dé la gana, como con la simpatía que Dios me haya dado (mucha o poca), con mi color de pelo o con mis gafas porque soy miope; la segunda, que la pasión y  la extravagancia son conceptos distintos; la tercera, que estas concepciones, más que pasionales fanáticas, de la enseñanza, pueden tener unas secuelas poco recomendables en nuestros alumnos, por las razones que enseguida expondré; y cuarta, que solo es posible demostrar pasión con un amplio dominio de lo que uno ha de enseñar.

La primera objeción no merece ser desarrollada por evidente. La segunda se demuestra echando un vistazo a cómo entiende la educación pasional María: convirtiendo “el aula en una cafetería”, “comiendo en clase” para darle “un carácter celebratorio” (la propia María habla con fervor de sus “croquetas pedagógicas”, “huevos curriculares”, “tortillas didácticas” y “gazpachos colaborativos”), “introduciendo lo inesperado”, “cambiando el mobiliario” o “haciendo del aprendizaje un placer y del examen una fiesta”. Vayamos pues con la tercera.

Está claro que un alumno percibe el entusiasmo del profesor (o la ausencia del mismo) cuando imparte clase. Ahora bien, que un docente entusiasmado probablemente sea más eficaz en el desempeño de su labor es una cosa y otra muy distinta que se le deba reclamar porque lo que hay que pedir a un docente no es entusiasmo, como no es vocación, sino conocimientos, profesionalidad y compromiso. Si ,además, resulta que desde niño había querido dedicarse a la enseñanza y destila pura emoción, tanto mejor, pero nunca como condición sine qua non. El fiel reflejo de esta obsesión de la pedagogía hegemónica por lo afectivo es la predilección por todo lo anti-ilustrado, sentimental y roussiniano, que nos aleja, cada vez más, del ideal de una escuela pública basada en el rigor y el conocimiento. La obligación de hablar de la pasión como requisito del profesor implica la desresponsabilización del alumno, al cual se hace depender de la motivación que, claro está, es a su vez responsabilidad del profesor. Al contrario que en el caso de este último, a la familia sí se le debe exigir la creación de hábitos como la atención, el esfuerzo o la curiosidad. Pero la motivación debería traerla el alumno de casa, como el bocadillo, y esto debería exigírsele a sus padres. Volviendo a la pasión, no podemos esperar que un alumno venga a clase con “pasión por aprender”, pero sí que esté dispuesto a esforzarse, para lo que se me antoja imprescindible la obligatoriedad y las consecuencias (premio o reconocimiento a quien se esfuerce o destaque; sanción o reprobación a quien no lo haga), sin las que pocos alumnos se esforzarán. Y así debe ser porque un valor fundamental que debe transmitirse a los alumnos es que, pese a los antimeritocráticos modelos sociales que padecemos, el esfuerzo tiene recompensa.

Finalmente, la cuarta alegación a la receta de la pasión de María Acaso es la que tiene que ver con el conocimiento, ese que, según ella, ya no está “en el maestro” sino “en Internet”. Pero, así como no es posible el conocimiento sin la memoria, tampoco es posible la pasión sin el conocimiento. ¿Cómo sentir pasión por la belleza de la música de Monteverdi si no es a través del conocimiento? Porque disfrutar de la música de forma superficial es posible sin mayores empeños, pero para entusiasmarse con su Lamento d´ Arianna es necesario conocer, entre otras cosas, que Ariadna, al despertarse, se sabe abandonada por su amado Teseo en la isla de Naxos, después de haber huido con él de Creta tras la muerte del Minotauro; que en el texto, Ariadna implora su propia muerte (“Lasciatemi morire”) y la música se pone al servicio de la palabra; que Monteverdi intenta transmitir al oyente la desesperación de Ariadna utilizando de forma magistral la disonancia como recurso expresivo; que el compositor de Cremona, con el propósito de recuperar la antigua tragedia griega por medio de la monodia acompañada, terminó creando un nuevo género (la ópera). Para entusiasmarse con el Lamento Della Ninfa, más sobrecogedor si cabe que el anterior, hay que saber, además de lo ya expuesto, que pertenece al ciclo de los madrigales "Guerrieri et amorosi"(1638) -obviamente a los segundos-; que el trío de voces masculinas que escuchamos al comienzo describen la escena (no en esta grabación, que comienza con el lamento pero es deliciosa en su interpretación) y posteriormente puntualizarán las intervenciones de la ninfa, como el coro de la tragedia clásica (“Febo no había todavía alumbrado el mundo, que una doncella salía de su propia casa. En su pálido rostro, se reflejaba su dolor, y a menudo se escapaba de su corazón un gran suspiro. Pisando las flores, erraba por aquí, por allá, pensando en sus amores perdidos, iba llorando de esta manera:”);  que la escena describe y pinta musicalmente cómo una joven ninfa abandona su casa al alba y vaga por los bosques desconsolada, abandonada como Arianna (“Amor: ¿dónde está la fidelidad que el traidor me juró?”); que, nuevamente, las disonancias y su resolución, los cambios de tempo y demás recursos otorgan a la música una enorme expresividad; que el uso de un bajo obstinato (un bajo de chacona con cuatro notas descendentes y repetido de forma constante hasta el final), proporciona un mayor dramatismo, una suerte de inexorabilidad. Todo esto conlleva un esfuerzo, pero vale la pena si lo que queremos es suscitar pasión y entusiasmo por la cultura y el conocimiento. Eduardo Mendoza recomendaba en una entrevista “una dieta equilibrada” entre “los libros más divertidos y otros que son aburridos, pero que a veces son importantes”. Decía el escritor: “he leído libros aburriéndome mucho, pero consciente de que me iban a satisfacer, como Proust, Henry James, Pérez Galdós... En ocasiones tienes que decirte "vamos a hacer una excursión que será larga y que requerirá parar más de una vez, pero al final las vistas serán espectaculares".

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