Juanfra Álvarez, profesor de Física y Química, habla en su blog de Contra la
nueva educación y también del libro de César Bona titulado "La nueva educación". De entrada, parece buena señal que el libro esté generando debate, pues ese su objetivo
principal, dada la triste realidad de un pensamiento pedagógico que apenas
permite la disidencia. Álvarez reseña ambos textos exponiendo lo que encuentra
de bueno y de malo en cada uno. O quizás debería decir que en el caso del libro
de mi paisano Bona destaca lo bueno y lo malo y en mi caso lo malo y lo peor. Veamos:
De "La nueva educación" destaca Juanfra Álvarez su “intimismo”.
Es un libro, dice, “lleno de sentimientos y buenas prácticas docentes” y
también de “muchos y muy buenos consejos”. La pega, para Álvarez, es que sus “argumentos”
serían “más creíbles y posibles” si “se hubieran mezclado con otras historias
que no fuesen tan bonitas, tan de libro”.
Como ustedes se estarán imaginando, si el libro de
Bona es “intimista”, está “lleno de sentimientos y buenas prácticas docentes” y
también de “muchos y muy buenos consejos”, lo que le queda al pobre Profesor
Atticus no es mucho. Así, mi libro es, según Álvarez, todo esto: “ácido”, “crítico
destructivo”, “irónico” y “corrosivo”. Antes
de proseguir, me gustaría discutir que uno no pueda usar la ironía, incluso el
sarcasmo, hasta la causticidad, para ejercer una crítica constructiva. No es la
contundencia lo que convierte una crítica en destructiva sino su intención. Y la mía es defender este hermoso oficio de propuestas insensatas (naturalmente, desde mi punto de vista, perfectamente cuestionable y perfectamente legítimo). Pero lo que más me
interesa es corregir el error que mi compañero de oficio comete cuando asegura que apuesto “por la educación clásica y tradicional basada en el conocimiento,
la figura del profesor como conocedor y transmisor de dicho conocimiento y una
alumno con muchos deberes y pocos derechos”. Estando de acuerdo en que mi
modelo educativo se basa en el conocimiento y en la función primordial del
docente de transmitirlo, de ninguna manera acepto que afirme que abogo por la reducción
de derechos de mis alumnos. No sé bien de qué frase, párrafo, idea o expresión utilizada en mi libro puede deducirse que deseo que un alumno mío tenga menos derechos de los que le corresponden. Los derechos que ha de tener un alumno son los
de cualquier ciudadano. Los constitucionales, vaya. Es curioso cómo hablar de
exigencia, autoridad o disciplina parece llevar aparejada la sospecha de
opresión y conculcación de derechos. Delirante. Más fiel a lo que
defiendo en el libro está lo que Álvarez explica a continuación acerca de la
necesidad de que el alumno se apoye “en el esfuerzo, la memorización y la
disciplina”, matizando, eso sí, que la memorización es una parte importante del
aprendizaje, ni más ni menos. No lo es todo pero sí es importante. Y debe ser reivindicada.
Juanfra Álvarez se lamenta, por otro lado, de la
falta de una propuesta concreta por mi parte sobre “cómo afrontar los nuevos
tiempos con algo más que la enseñanza tradicional”, lo cual resulta
contradictorio con lo dicho por él mismo más arriba, es decir: si defiendo, como supone, "la enseñanza
tradicional", ¿qué sentido tendría sugerir su sustitución? Debo decir, de todas
formas, que lo que yo sostengo no es que la educación tradicional sea indefectiblemente
mejor que la actual (le remito al texto de mi conferencia “Tradición y posmodernidad. La nueva pedagogía o el efecto placebo”). Lo que mantengo es que
la tradición contiene bondades y estupideces, igual que la modernidad; que no
por “clásico” ha de despreciarse lo que funciona, como no por “chic” debemos adoptar la
excentricidad; que sigue habiendo, por muy posmodernos que nos creamos,
realidades incontestables como que la relación entre maestro y alumno nunca
será horizontal sino jerárquica (lo que no significa irrespetuosa, impositiva o
tiránica) y que las novedades que ayudan han de incorporarse y las que no ser desechadas.
Ahora bien, cada cual está en su perfecto derecho de interpretar bien o mal lo
que digo y de sacar conclusiones atinadas o equivocadas de mis apreciaciones.
Agradezco al menos al autor de estas reseñas que diga
que la lectura de estos libros le ha “ilustrado” y permitido “reflexionar”. Y no
puedo sino darle la razón en que debemos ser “críticos y autocríticos”. Alabo igualmente su intención de buscar una “tercera vía”, que no explicita él tampoco y que
fundamenta en algo que comparto absolutamente y que no entra, pienso, en contradicción
con lo que en el libro planteo: que no deben abandonarse “aquellas prácticas
que consiguen un aprendizaje eficaz” y que se debe estar abierto a “métodos nuevos”
en aquello que “pueden aportar mejoras”. O sea, lo mismo que defiendo yo, aunque puede que no haya sabido explicarme con claridad.
Termina Juanfra Álvarez incurriendo en otra contradicción, ya que, tras haber elogiado que este debate propicie la reflexión, nos invita a
dejarnos de “discursos, debates estériles o guerras y enfrentamientos
ideológicos”. No puedo coincidir en esto con él. El debate es necesario, casi diría que es urgente. Y en una campo como el educativo en el que la línea
oficial es gruesa, pétrea, monolítica, todavía más. Sin embargo, acabaré
diciendo que, como Juanfra intuye, en efecto, "el cambio es necesario" y debemos
estar “atentos”, “activos” y “despiertos”. En ello estamos.
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