Jorge terminaba ayer su valoración en tres partes de Contra la nueva educación. Y lo hacía exteriorizando la sensación que tenemos muchos docentes una vez superada la momentánea euforia de la batalla dialéctica. Comprometidos con la causa, peleamos, analizamos, debatimos y defendemos nuestros posicionamientos ante los desvaríos que percibimos en el discurso pedagógico. Claro que podría pasarnos como aquel del chiste, que creía que eran los demás los que iban en dirección contraria, pero aún no hemos llegado a ese punto de desánimo y resignación. O nadie ha logrado convencernos de que estamos equivocados.
Se lamentaba Jorge en su cuaderno de la escasa repercusión que acostumbran a tener en los medios propuestas poco seductoras o comerciales, de esas que apelan al esfuerzo, la constancia, el mérito, la disciplina... las que prefieren hablar de virtud antes que de felicidad... las empeñadas en “aguar la fiesta”, para entendernos. Puede que tenga razón, aunque de momento parece que los medios han acogido la publicación del libro con expectativa y curiosidad, lo cual de ninguna manera es poco. Si recibirá la atención suficiente para compensar la hegemonía de opiniones más acordes con nuestro Zeitgeist, está por ver. Confiemos en que, ocurra lo que ocurra, sea tenida por lo menos en cuenta como una opinión más, tan legítima como las otras.
Me reconforta que Jorge describa el libro como “controvertido”, pero que también lo encuentre “mesurado y bien intencionado”, que considere que “trata a sus objetos de crítica con respeto” y “huye de la grandilocuencia, de los titulares, del amarillismo sensacionalista”. Pocos días han bastado para recibir los calificativos más "cariñosos" (y más previsibles), procedentes a menudo de quienes no se han molestado en leer el libro y han preferido sacar conclusiones de un titular o de una frase sacada de contexto. Así, he pasado de ser un “tibio” y un “formalista equidistante” (antes de la publicación del libro) a convertirme en un “troglodita”, “mamporrero” y “nostálgico” (este es, sin duda, mi insulto favorito y del que esperaba haber sido dedicatario en primer lugar -estoy pensando que mi abuela paterna era gallega… ¿se me notará, acaso, cierta morriña congénita?), después de que Contra la nueva educación saliera a la venta. Y no hace de esto ni dos semanas.
Por lo demás, suscribo satisfecho sus reflexiones (raro sería que no fuera así) sobre la “jerga hiperbólica y pretendidamente rigurosa, por no decir pretenciosamente cientifista” de determinadas innovaciones pedagógicas. Y, apenado, me reconozco en su triste concepto de la actual izquierda, que califica de “romántica y antiilustrada” y que cada vez es más difícil de distinguir del neoliberalismo y del “utopismo tecnólogico”, como lo define acertadamente Jorge, quien acaba recomendando generosamente mi libro “a aquellos que todavía se comprenden como susceptibles de ser incluidos en la izquierda y que creen en los valores de la ilustración en su más amplio sentido”.
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