La Voz de Galicia recogía ayer mismo diferentes valoraciones sobre la formación del
profesorado, valoraciones que proceden, según el medio, de "los especialistas", discutible
denominación para los tradicionalmente llamados "expertos educativos"
pues, si ya es difícil considerar experto a quien adolece de falta de experiencia,
también lo es tratarlo como especialista (el que "cultiva o practica una
rama determinada de un arte o una ciencia", según la RAE- no parece que
encaje en cualquiera de estas concepciones la pedagogía. O mejor, no me lo
parece a mí-). Pues bien, estos
"especialistas" opinaban en respuesta a la pregunta recurrente cuando
se buscan culpables (porque, no se engañen, en educación no se buscan
soluciones sino culpables) de la mala salud de nuestro sistema educativo:
¿debe mejorar la formación de los profesores? (obviamente, la pregunta es
retórica y sería más honrado formularla sin ambages: "¿cómo mejorar la
deficiente formación de los profesores"?).
Antes de analizar las recomendaciones de los
expertos, me gustaría aclarar que no soy contrario a la formación permanente.
Al contrario, pienso que todo profesional debe estar aprendiendo continuamente,
actualizándose y poniéndose al día. En un profesor, esto es, si cabe, más
importante, pues cuanto más sepa, mejor enseñará. Pero es que este es precisamente
el principal motivo de discordia en cuestiones pedagógicas: la distinta ponderación y la falsa confrontación entre conocimiento y didáctica. Se habla de
formación permanente mientras se resta valor al conocimiento y se subestiman la
capacidad intelectual y la erudición del maestro en favor de otras supuestas
habilidades que no sirven más que para ocultar la carencia de sabiduría.
Admitiendo la ¿bienintencionada? ambición de mejorar la formación del docente,
habría que clarificar a qué tipo de formación nos referimos. Pero también se me
antoja imprescindible responder a la pregunta que se plantea al comienzo del
reportaje referido: "¿quién forma a quien enseña a los alumnos?". La
respuesta, tal y como están hoy la cosas en el establishment educativo, es
clara: el pedagogo. Pero yo querría hacer otra pregunta: ¿conocen los pedagogos
la realidad del aula? La respuesta es no. Sabemos entonces quién es el encargado de enseñar a
quienes deben enseñar a los alumnos. Ahora deberíamos preguntarnos si es quien debería. En mi opinión, no. Y la única respuesta es: el
profesor. Añado: el profesor experimentado, curtido en el aula, con la
sabiduría práctica que solo se adquiere mediante el hábito y la veteranía,
porque se ha equivocado muchas veces, porque se ha debido adaptar una y otra
vez a las circunstancias, porque basa sus planteamientos en años de ejercicio.
Es este el que puede orientar (que no "enseñar a enseñar") a los
futuros docentes en el difícil arte de la enseñanza. Y, antes de proseguir, una última pregunta: ¿ha preguntado la periodista de La Voz de Galicia a los
profesores sobre su formación? No. Ha preguntado a personas que, sin haber
impartido clase a los alumnos sino solo a profesores, pretenden ser los que
decidan cómo deben estos enseñar a aquellos. Son: Carmen Fernández Morante,
decana de Ciencias da Educación de la USC; Ana Iglesias Galdo, decana de
Ciencias da Educación de la UDC; Mar García Señorán, decana de Ciencias da
Educación de UVigo; Javier López Martínez, director general de la Fundación
Barrié y promotor del programa Profex 21 de esta entidad; y Fernando Lacaci,
vicepresidente de la Confederación Anpas Galegas. Coinciden todos ellos en
varios aspectos: "el contacto con el aula debe ser constante ya en la
carrera" (no para ellos, por lo visto); "la formación continua es
esencial y debe adaptarse a las necesidades de profesores y alumnos (de acuerdo
en que es esencial; menos en que deba adaptarse al alumno); y "hay que
potenciar una carrera docente de maestros y profesores, no necesariamente con
una retribución económica" (de acuerdo en lo primero, en desacuerdo con lo
segundo - este simpático detalle de dar por hecho que el profesor no necesita
mejorar retributivamente me recuerda a la afirmación, en un congreso, de un
alto cargo de la administración educativa de cuyo nombre no quiero acordarme:
"el profesor", decía justo cuando se nos había bajado, otra vez, el
sueldo, "espera otro tipo de valoración que no es económica: es valoración moral"-).
A continuación haré algunas valoraciones sobre
las opiniones vertidas por "los especialistas".
"La falta de formación pedagógica del
profesorado", unánime en todos ellos, es un mantra que conocemos bien, una
cuestión en la que el pedagogo saca rápidamente la artillería pesada (el
Informe de la OCDE) para advertir que el 44% de los ¿profesores? ¿maestros?
afirman "no sentirse preparados pedagógicamente para dar clases". No
dudo de que sea ese el porcentaje; es más, diría que es mayor porque nadie está
"preparado pedagógicamente" para dar clase hasta que la propia
experiencia va engendrando esta capacidad (a enseñar se aprende enseñando).
"De nada sirve", asegura una experta, "saber y no
transmitir". Toma, claro. Pero, ¿acaso es posible transmitir sin saber? No. Y,
¿se puede aprender a transmitir? Lo dudo. Pero, si se puede, estoy seguro de
que tal posibilidad pasa por conocer a fondo y con entusiasmo tu
materia, por trabajar en unas condiciones dignas y por tener delante tuyo
alumnos con interés por aprender y disposición a esforzarse. Por otra parte,
quiero hacer mención de un estudio en el que intervine hace unos años con el
propósito de analizar los planes de estudio de Magisterio y la formación de los
estudiantes al finalizar sus estudios. Como en el Informe de la OCDE,
coincidían en que habían estudiado mucho a Piaget, pero entraban en clase y se
encontraban desamparados y "sin saber qué hacer". Y es que, insisto, no hay mejor
fórmula para mejorar la enseñanza que un profesor ilustrado y comprometido, un
ambiente propicio para el aprendizaje y un alumno con ilusión por aprender. Con
estos condicionantes, la tan ansiada transmisión tendrá mayores posibilidades de éxito.
La unanimidad contra las reválidas no deja de
ser ejemplo de una sociedad antimeritocrática y pusilánime como la nuestra. Si
los problemas educativos no son, como exponen estos expertos,
"objetivables", evaluemos lo subjetivo: la felicidad, la empatía y la
inteligencia emocional. Y asunto concluido. De
paso, matemos al mensajero criticando a los medios de comunicación por escoger titulares "sensacionalistas" que
suenan "competitivos", como si los malos resultados de nuestros alumnos en PISA fuera
responsabilidad de quien los cuenta y no de quien los obtiene.
En cuanto a las clases prácticas, siguen los expertos
especialistas dando palos de ciego. Por mucho que se asista a clase, se analice,
se hagan trabajos de fin de grado... hasta que no entras en clase y empiezas a
enseñar, hasta que no te encuentras solo ante tus alumnos y debes tomar
decisiones, no sabes ni de lejos en qué consiste este trabajo. Y da lo mismo si
el Practicum tiene cien horas, quinientas o mil. Sobre el MIR educativo, me
remito a lo que opiné cuando la ocurrencia era made in Rubalcaba.
El resto de las expertas sugerencias son más de lo mismo:
tecnologías, innovación y otros lugares comunes sobre los que no vale la pena
extenderse. Sin embargo, no querría dar por terminado este artículo sin referirme
al comentario que, en la versión digital de la noticia, hace un lector que firma
como "Alfonso González de A Coruña" y dice que es intolerable que a estas alturas
del s. XXI nos encontremos con alumnos de ESO y Bachillerato completamente
desmotivados porque sus profesores no saben transmitir, no motivan. Pocos casos
conozco de profesores de esta etapa que sean realmente queridos y admirados por
sus alumnos, mientras sí veo que la inmensa mayoría se empeñan en echar balones
fuera, completar un horario y simplemente evaluar de manera arcaica. ¿Cómo es
posible que en una clase de ESO de 30 alumnos haya 28 que suspendan una
asignatura? ¿Es culpa del alumnado? Yo creo que no. Mientras, equipos
directivos y departamentos de orientación miran para otro lado y buscan excusas
que les liberen. Recuerden, señores licenciados, ESO = Educación Secundaria
OBLIGATORIA!! No están educando "premios Nobel". Reproduzco el comentario en su
totalidad porque mucho me temo que sería compartido por bastantes personas
(incluso, esto es mucho más grave, por docentes. Y desde luego por expertos y
asesores). Que es intolerable que en pleno siglo XXI nos encontremos con alumnos
completamente desmotivados es algo que no pienso discutir, pero, por un
lado, no creo que exista una mayor desmotivación en el alumno del siglo XXI que
en el del XX; y, por otro, no puedo aceptar que la culpa de esta desmotivación sea
nuestra. El desprestigio del docente y la falta de reconocimiento (la
inmensa mayoría se empeñan en echar balones fuera, completar un horario y
simplemente evaluar de manera arcaica) van parejos a la sobreprotección y
descargo de responsabilidades del alumno (¿cómo es posible que en una
clase de ESO de 30 alumnos haya 28 que suspendan una asignatura? ¿Es culpa del
alumnado? Yo creo que no) y al desprecio del saber, la cultura, el
conocimiento y el esfuerzo (recuerden, señores licenciados, ESO =
Educación Secundaria OBLIGATORIA!! No están educando "Premios
Nobel"). Con estos mimbres, perdonen que les diga, más que culparnos,
deberían hacernos un monumento.
PD: Y no he respondido a la pregunta
inicial. ¿Debe mejorar la formación de los profesores? Si es en el sentido
del mainstream pedagógico,
mejor dejémoslo estar. Si realmente se quiere mejorar la formación docente con
el objetivo de mejorar la formación académica de nuestros alumnos pensando, no
en el olor de las nubes, sino en la excelencia y en el fomento de la cultura y
el saber como algo valioso, seguro que podremos encontrar una manera de
contrastar propuestas y encontrar el camino. Solo falta decidir cuál es
el objetivo.
Prefesor Atticus no hay nada que hacer..., yo tengo la tentación de no enfrentarme nunca más a una situación como el comentario que cita, esta tarde y mañana tengo evaluaciones y mi vida sería mucho más equilibrada y feliz si hiciera las cosas de la pedagogía chachiguay y no diera un palo al agua (que de eso trata no piense nadie lo contrario, de crear deltas y gammas ¿alguien ha leído "Un mundo feliz" en esos altos ámbitos académicos?, y sobre todo no estaría sometida a horarios laborales semejantes a los de la revolución industrial..., pero que digo, si los profesores no trabajamos, me dedico a "echar balones fuera, completar un horario y simplemente evaluar de manera arcaica"..., si lo que me merezco es una buena hoguera lo Juana de Arco ahora que hace calor.
ResponderEliminarEsperemos que no sea así, querida Hesperetusa. Como dijo Machado, "hoy es siempre todavía". Te dejo un regalito musical (espero que no parezca poco elegante la "autopromoción"):
Eliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=h3u5lfpkyYA
Estimado Atticus. Enhorabuena por la entrada. Yo sólo quiero añadir una reflexión sobre el asunto "¿Es culpa del alumnado?" (refiriéndonos a los malos resultados que a menudo obtienen). Creo que ésta es una cuestión difícil y fundamental de cara a buscar soluciones.
ResponderEliminar1. Bien es cierto que nuestras leyes no han ayudado mucho a mejorar nuestro sistema educativo, sino más bien lo contrario. ¿Es culpable el alumnado de esas nuevas leyes educativas que nos dimos y que provocaron con el tiempo una pérdida significativa del nivel académico en nuestros centros de enseñanza? Estaremos de acuerdo en que no.
2. He oído en más de una ocasión, tanto a profesores como a personas ajenas al mundo educativo, un tópico que dice algo así como "El problema es que los chicos de hoy no quieren estudiar". Posiblemente nunca hubo un periodo de la historia en la que todos los chicos, ni siquiera la mayoría, quisieran estudiar, y al hacer obligatoria y comprehensiva la enseñanza hasta los 16 años (es decir, al poner a todos los chavales juntos, incluyendo a los que quieren estudiar y a los que no), el efecto no podía ser otro que el de bajar el nivel de exigencia académica para que todos tuvieran la oportunidad de finalizar el periodo de formación obligatoria. Y esto llevó a la relajación de los contenidos y, obviamente, a que los alumnos se esforzaran menos. ¿Es esto culpa de los alumnos? Definitivamente, creo que no.
3. Esa opinión frecuente en nuestro país de que "los alumnos de hoy no quieren estudiar" y que otras culturas hacen patentemente falsa (como puede verse en este video) enlaza con esta sensación que tenemos los docentes de que el conocimiento es poco valorado en nuestra sociedad. Creo que este problema no es exclusivo nuestro, sino que es compartido por, digámoslo en general, las sociedades occidentales modernas, con mayor o menor grado de intensidad. Y este poco valor que muchos dan a lo académico no pasa inadvertido a los niños y a los jóvenes. ¿Es esto culpa de los alumnos?
No. Que (frecuentemente) 28 alumnos de 30 suspendan una asignatura no es culpa de los alumnos. Es culpa de todos. (Cuidado: No excluyo en este último "todos" a los alumnos; cada palo debe aguantar su vela). Y arreglar este problema va a ser difícil.
Un saludo.
Muchas gracias por el comentario, que completa lo que no quedó bien definido. Estoy de acuerdo con las matizaciones. Los alumnos son los principales responsables, pero no tienen toda la culpa. Ni el sistema ni la sociedad antimeritocrática que tenemos (en efecto, no solo a nivel de nuestro país sino, como bien aprecia, de las sociedades occidentales modernas) constituyen el marco más adecuado para inculcar valores totalmente fuera de época. En definitiva, que tengo poco que añadir. Un saludo.
Eliminar1. He leído hasta el final de la entrada por respeto hacia usted, aunque evidentemente con el tema mesenciende la sangre.
ResponderEliminar2. Los pedagogos tienden a ser lyssenkistas; los profesores, popperianos. O deberíamos.
3. En cuanto al comentario del lector coruñés, creo que muchos de los comentarios van repletos de veneno amasao, en razón quizás de una vida frustrante de sus autores.
4. Hay estudios científicos que correlacionan la desmotivacion con una mayor capacidad para aprender algo, en contra del mantra contrario. Yo creo que El Niño que no aprende ni es que esté desmotivado, sino descentrado. Ya lo centrará la vida con sus pactos crueles.
5. Resulta repelente esta inocentización general de la sociedad, a la que tan gustosamente nos prestamos. Cuan actual el libelo por la ilustración del gran Kant (Gengis, no; el otro).
Saludos sudorientales.
Excelente comentario, amigo Anónimo. Espero que no sea el último. Un saludo.
EliminarY yo, como profesor, me pregunto, ¿por qué no llega a la política gente como vosotros? Gente que sea capaz de darle la vuelta a la penosa situación actual de la enseñanza.
ResponderEliminarNo sé si alguno de nosotros tendría futuro dentro de un partido político, dadas las circunstancias, Salvador. Un saludo y bienvenido.
EliminarLos docentes vocacionales ,dudo mucho que quieran participar del politiqueo existente en la ensenanza .
ResponderEliminarLa politica educativa ,no esta precisamente por la labor de profundizar en todos los aspectos que habeis senalado.No hay que ser tan ingenuos ....a ella se llega- y no dudo que se haga inicialmente con la idea utopica de que se puede contribuir a mejorarla- para conseguir justificar puestos ,que por otra parte contribuyen a mejoras individuales.
La realidad es esa, estimado Anónimo, pero también que sigue siendo necesario participar en política con ideas y honradez. Y esto no solo se hace formando parte de un partido político. Un saludo
EliminarExcelente valoración que comparto en su totalidad. Solamente añadir un apunte que indica la "preocupación" de los políticos con la enseñanza y con los enseñantes. Después del asesinato (sí, sí, asesinato) del profesor sustituto Abel Martínez, a golpe de ballesta, por un chaval de 13 años, en el Instituto Joan Fuster de Barcelona, a la Consellera de Ensenyament no se le ocurre otra cosa que decir: "...no olvidemos que en este caso hay una víctima principal, que es el niño". No hace falta decir nada más. Así nos va. ¡Y el futuro que nos espera! Porque la cosa tiene pinta de no cambiar.
ResponderEliminarGracias, Xavier. Un apunte muy pertinente. Es difícil estar tan desatinado como la Señora Consejera Rigau en unas circunstancias tan delicadas. Me parece imposible meter la pata de semejante manera salvo, claro, que piense exactamente lo que dijo.
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