Churchill se
reconocía optimista "porque", decía, "no parece muy útil ser
otra cosa". A raíz de una conversación con J.H., en la que mostraba su
"desolación" como padre ante la lectura de lo que algunas personas
críticas con el sistema acostumbramos a exponer sobre los asuntos educativos,
me doy cuenta (en realidad, ya lo había intuido y tampoco es la primera vez que
alguien me lo sugiere) de la visión tan amarga que a veces ofrecemos de un
oficio, el de enseñar, que sigue siendo valioso y, pese a la actual coyuntura,
hermoso.
J.H. manifestaba su inquietud ante el "terrible panorama", la
"fatal travesía en el desierto" que presentamos y, aunque
entendía que en esta lucha que algunos llevamos a cabo uno de los grandes
objetivos es intentar "cambiar conciencias dentro del gremio", se
lamentaba de ese exceso de negatividad que no ayuda a quienes, como él,
comparten nuestras reflexiones.
Este comentario, que considero más que pertinente, merece ser tenido en cuenta.
Es cierto que defender la educación pública, algo en lo que uno cree todavía,
debe hacerse desde un punto de vista crítico que aspire a alcanzar la mejor
versión de aquella, pero también que una crítica despiadada al sistema quizás
no permita disociar con eficacia la valoración que se hace del mismo y la que
se tiene de la profesión, lo cual puede constituir, por un lado, un freno en el
propósito de reformar la enseñanza y hacer
de ella la palanca de ascenso social que debe ser y, por
otro, desmoralizar a los padres que, al fin y al cabo, están con nosotros en
esto y no deben perder la confianza en nuestro trabajo.
Por lo que acabo de explicar, me comprometo, sin caer en la mansedumbre, desde
luego, ni convertirme a la psicología positiva (que nadie se alarme), a tratar
de buscar, siempre que sea posible, un "contrapeso" animoso
que, como pedía J.H., "abra un margen de maniobra entretanto"
combatimos el anti-intelectualismo, la superchería, el pedagogismo obtuso y el
adoctrinamiento feliciano.
Y voy a empezar esta nueva etapa esperanzada criticando (esperen, esperen
que esta vez hay final feliz) los conocidos como "Premios
Nobel de la enseñanza" o Global
Teacher Prize. ¿De verdad es este el tipo de reconocimiento que
busca un profesor? ¿Optar a 800.000 euros, portadas de revistas, entrevistas en
los medios, conferencias en congresos de pedagogía...? No lo creo. C.A., a
quien agradezco haber inspirado sin saberlo este artículo y haber reforzado mi
determinación por evitar el derrotismo, reconocía, tras una conversación con
una alumna, que "horas y horas de trabajo ante la pantalla, el papel y el
aula quedan compensadas por esas palabras". Las palabras que escuchó las
desconozco y, si las conociera, no soy quién para hacerlas públicas. Pero sí
transcribiré las que una alumna me dijo a mí en cierta ocasión. Era una de esas
que uno sospecha que no van precisamente por buen camino. Después de un
llamativo cambió de actitud desde hacía varios días, se acercó a mí al terminar
la clase para decirme: "Profe, gracias porque gracias a ti he descubierto
que lo que me gusta es la música". Por supuesto, las gracias se las di yo
a ella. Después me emocioné.
Estupendo, Alberto. Está claro que lo malo no es el jardín, sino ciertos bichos y bicharracos que se han colado y quieren cargárselo, cosa que, a pesar de su poder y su veneno, no pueden hacer, porque, en efecto, el jardín es esplendoroso y tiene hermosísimas plantas y flores. Si no lo contamos a diario como si fuéramos un chachiguay más, es por evitar un buenismo que podría falsificar la realidad, por aquello de que "Good news is no news" y porque es tarea más urgente e importante luchar contra los bichos/bicharracos y denunciar sus desmanes. Una sola precisión: que sea esperanza y no Esperanza, ¿eh?, porque este es uno de los bicharracos más dañinos del catálogo.
ResponderEliminarCon minúscula, Pablo, con minúscula.
EliminarGracias Alberto.
ResponderEliminarQue el comentario que hice el Facebook el último día de los exámenes de selectividad haya podido inspirar tanto esta entrada como el artículo en el periódico. Borraré correos, pero no borraré el de mi alumna.
También comenté en la corrala de Facebook, que por mucho que nos quejáramos y protestáramos, si lo hacíamos es porque no nos rendimos, que estamos defendiendo las Termóplias. El problema con ser inmenso, no es el ejército de Jerjes (una administración que nos vapulea y nos insulta y unos políticos de todo el espectro decididos a acabar con la enseñanza pública) el problema gravísimo es Efialtes, el traidor, el que está dentro, el que opta al Premio Nobel de la enseñanza para huir del aula en cuanto pueda, el que reparte amor y buen rollito, porque hay demasiadas cosas desagradables y mucho trabajo en la sombra en esta profesión que tiene tantas vacaciones (muchos de los nuestros no saben que cobran en días) Pero parece claro que muchos de los que estamos escribiendo y comentando no estamos fuera del aula ni queremos que nos saquen de allí. Porque aún nos queda la esperanza remota que Jerjes dé media vuelta y se vaya, porque va a ser muy duro acabar con nosotros.
Gracias a ti, Hesperetusa, por la inspiración y por el comentario.
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