Todo el
mundo conoce el dicho "Obras son amores y no buenas razones", un
refrán popular que sirvió de título a Lope de Vega para una de sus comedias y
que trata de exponer algo así como que, en materia amorosa, mejor dar pruebas a
la persona amada del amor que se le profesa que repetirlo sin demostrarlo. La
frase se emplea también cuando alguien habla mucho pero no cumple después con lo
declarado. Así que encaja de maravilla con las bienintencionadas manifestaciones de nuestros gestores educativos.
En la enseñanza, oficio en el que el
profesor de secundaria no tiene carrera profesional ni visos de promoción
(mientras no se digne la administración a convocar cátedras, que es casi lo
único a lo que podemos aspirar), es habitual escuchar y leer apoyos políticos (testimoniales)
al docente que casi nunca van acompañados de decisiones que demuestren que de
verdad se nos valora. Y no me refiero a la restitución de la mensualidad que "voló",
al aumento de carga lectiva sin incremento salarial (o sea, a la baja de
sueldo) o a la eliminación de jefaturas de departamento, que también, sino a la
estimación de los méritos que un profesor va acumulando a lo largo de su
trayectoria laboral.
Como cada año antes de que se publique la
convocatoria de concurso de traslados, escribo el artículo de rigor, lamentándome de un baremo hecho a medida, no del profesor, sino del cargo
directivo o del administrativo, un baremo que, para colmo, está muy lejos de
ser transparente. Su modificación, por más que haya quien lo niegue, es
perfectamente posible (y más este año que el concurso es autonómico), pues el
Real Decreto 1364/2010 establece solo los topes generales en la valoración de
cada apartado, mas no la distribución de las puntuaciones máximas dentro de
estos apartados. Tampoco dice nada sobre cómo deben acreditarse los méritos
para su reconocimiento, quedando esto, también, a expensas de su concreción por
la de las comunidades autónomas. Revisarlo o no es, por lo tanto, una decisión
política.
Pues
bien, este año escribo mi tradicional queja un mes antes de que se convoquen traslados,
confiando en que el nuevo Consejero de Educación tras el cambio de Gobierno sea,
por fin, receptivo (risas). Estoy seguro de que alguien que ha cursado Magisterio, dos
licenciaturas (en Ciencias Eclesiásticas y Filología Hispánica) y estudios de
Doctorado (En Geografía e Historia), y que incluso participó en el programa de TVE "Saber y ganar", donde
consiguió convertirse en uno de los seis
"magníficos" de ese año,
estará de acuerdo conmigo en que esta reivindicación es razonable y justa. Trataré
de resumirla en solo tres puntos:
1º. El
baremo desprecia los méritos académicos y docentes y sobreestima los que tienen
que ver con el desempeño de cargos directivos o administrativos en el
Departamento. Así, un profesor podría permanecer diez
años ocupando un cargo de libre designación y alcanzar la puntuación máxima sin
necesidad de acreditar ni un sólo mérito académico o docente.
2º.- No existe ningún control de la
"calidad" y seriedad de los cursos que se justifican como formación. Por si esto fuera poco, los criterios de las
comisiones de valoración no son públicos, luego son desconocidos por los
concursantes, que presentan la documentación con las mismas posibilidades de
acertar con la puntuación que quien echa la quiniela.
3º.-
Para evidenciar cómo entiende la Administración el concepto "mérito",
lean: se conceden 15 puntos por servicios prestados en jefaturas, asesorías o
Inspección, mientras se limita a 8 los que se pueden obtener por publicaciones;
se asignan otros 15 puntos por servicios
prestados en jefaturas, asesorías o Inspección, cuando son solo 2,5 los que se
pueden lograr por premios de ámbito autonómico, nacional o internacional, por premios
en exposiciones, concursos o certámenes de ámbito autonómico, nacional o
internacional, composiciones o coreografías estrenadas como autor, grabaciones
con depósito legal, conciertos, exposiciones individuales o colectivas… en fin,
una desproporción sonrojante a la que hay que sumar exigencias tan absurdas
como la necesidad de presentar físicamente todas las publicaciones, junto con un
certificado de la editorial (debería bastar con este pedir solo una de las dos cosas)
o la negativa a establecer unos criterios
de valoración transparentes, definidos y públicos.
Un funcionario adquiere su condición en
base a los principios de transparencia, mérito y capacidad, los cuales deben
regir todo procedimiento relativo a la función pública. Y estos baremos son
absolutamente contrarios. Pero no solo deben reformarse por respeto a estos
principios sino, por encima de todo, por respeto a quien ha decidido dedicar su
esfuerzo, conocimientos y capacidad a una profesión volcada a la sociedad y
que, como todo trabajador, necesita sentirse reconocido, respaldado y estimulado.
Hala. Ya lo he dicho. Otra vez.
¡Arriba, profesores! ¡Hoy es el día de la marmota! Preparaos porque vuestros méritos no valen para nada mientras sean académicos o profesionales. ¿Dónde creíais que estábais, en una sociedad meritocrática?
Es una p_ _ _ vergüenza, Alberto, ya lo has explicado muy bien: para obtener una plaza de profesor de Física, Lengua o Geografía, cuentan estratosféricamente más los "méritos" obtenidos en un despacho. Explico: si tú has compuesto una sonata, o tocas el violín como un violinista con X años de conservatorio, o has publicado artículos sobre biología en revistas especializadas, o has gando nada menos que el premio Hiperión de poesía (conozco un caso), méritos contraídos por OBJETIVAS muestras de excelencia en cada campo del saber, eso te va a contar menos para ser profesor de Música, Ciencias o Lengua que haber sido jefe de estudios o inspector, labores meramente burocráticas a las que se accede por los méritos "educativos" que todos sabemos. La destrucción de la enseñanza, que debe ser, antes que nada y dejémonos de pamplinas, transmisión de saber, se ha ejercido en beneficio de una rutinaria y gris burocracia, cuanto más mediocre y más sumisa, mejor. ¿Qué enseñanza se puede esperar de esto? La planicie o un heroico nadar contra corriente. Muy bueno eso de la demostración de méritos: en el último concurso en que participé, presenté como mérito (ya sabes que soy profesor de Lengua) miserablemente valorado el haber publicado una novela juvenil, cosa que tuve que demostrar dejando un ejemplar de la misma en el registro, no sirvió (como hubiera sido lógico) presentar certifcados editoriales u otros documentos más ligeros, ni a Groucho Marx se le hubiera ocurrido tal dislate. Tú ya sabes que Torrente Ballester fue catedrático de instituto; de haberlo sido hoy en día, para participar en un concurso, ¿habría tenido que presentar ejemplares de todas sus obras, que en novela, teatro y ensayo representan decenas de títulos? Lo de la enseñanza de hoy en día -bendecido por nuestros inefables sindicatos mayoritarios- es un dominio de la burocracia que no hubiera hecho el ridículo en las dictaduras mas kafkianas. Un saludo, amigo.
ResponderEliminarTal cual. Lo hemos hablado muchas veces, pero de vez en cuando no está de más repetirlo, aunque tengamos pocas esperanzas de que esto cambie. Se trata sencillamente de obstaculizar los MÉRITOS para primar los "méritos". Es lo que hay. Un abrazo.
Eliminar