viernes, 13 de mayo de 2016

Confiar en el conocimiento


Heraldo de Aragón me pidió hace unas semanas un artículo sobre educación para una serie que pensaba publicar denominada El pacto educativo. Titulé mi texto: Confiar en el conocimiento. Aquí lo dejo transcrito:

Confiar en el conocimiento

Alguien me dijo una vez que la confianza se da o no se da, pero que no puede darse a medias. Es verdad. No confiar del todo es lo mismo que desconfiar, como hacer las cosas medio bien es igual que hacerlas medio mal. Son tiempos de relativismo obsesivo en los que se confunde el siempre necesario matiz, la sana equidistancia reflexiva con la ausencia absoluta de certidumbres. Claro que no es sensato situarse de forma monolítica ante un dilema. Es saludable dudar, cambiar de opinión (algo que para Kant puede hacer el sabio pero no el necio). Sin embargo, algunas certezas son imprescindibles para evitar nadar siempre en un mar de veleidad e inconsistencia. En la educación, cada vez tenemos menos convicciones.

Cuando un médico atiende a un enfermo tiene muy claro que su propósito es curarlo. Lo tiene igual de claro el paciente, su familia, sus amigos, el resto de pacientes, los compañeros del médico, el personal del hospital, el bedel, la persona que regenta la cafetería... Aunque creo que la mayoría de los profesores entendemos que nuestra labor fundamental es enseñar, transmitir unos conocimientos que nuestros alumnos habitualmente no podrán adquirir fuera de la escuela, defender públicamente algo tan obvio provoca, en las circunstancias actuales, rechazo y animadversión. Irritación, incluso. Es lógico que un alumno no esté convencido de que estudiar es algo bueno para él pero que los adultos no coincidamos en que el fin de un profesor es ese, como el del médico curar, es más preocupante.

- "Pero los tiempos cambiantes que vivimos requieren otros conocimientos, los que se van a necesitar en el futuro".

Y, si los tiempos son tan cambiantes, ¿cómo sabemos que los conocimientos de hoy no habrán dejado de ser actuales "pasado mañana"? Justo por esa variabilidad precisamos saberes permanentes que no estén sujetos a la continua mutabilidad. Saberes atemporales, sólidos y duraderos.

- "El conocimiento ya está en internet".

Internet es una fuente de información excelente para el alumno formado y una oportunidad magnífica de desorientación para el alumno sin preparación. Uno no entra ignorante en una biblioteca y sale erudito. Tampoco la red consigue tal metamorfosis.

- "Pero hay que desterrar la estrategia de la letra con sangre entra, la memorización, la lista de los reyes godos. Aprender no puede ser un sufrimiento, para aprender hay que divertirse, el profesor debe motivar... y en la escuela hay que ser feliz".

La letra con sangre entra está tan "descatalogada" como la lista de los reyes godos. La memorización (en este caso lamentablemente) también. Memorizar no es incompatible con razonar, analizar, comprender, relacionar. Es solo una herramienta más, pero esencial. Aprender no tiene que ser un sufrimiento pero no siempre es divertido, no en todo momento ni en toda situación. Hay aprendizajes agradables y los hay áridos. Uno puede no divertirse y aprender algo provechoso. Y la motivación, la sacrosanta motivación, que no puede colocarse por delante del interés y la voluntad, es responsabilidad de todos: del profesor, que debe de hacer lo posible por plantear su asignatura de manera atractiva; del alumno, que tiene que estar dispuesto a esforzarse aunque no se sienta irrefrenablemente atraído hacia lo que el profesor le muestra; de los padres, que han de inculcar en sus hijos el respeto al maestro, el gusto por el trabajo bien hecho, el afán de superación. Y la felicidad... ¿quién no la busca? ¿Quién estaría en contra de que los chicos fueran a la escuela motu proprio y no por obligación? ¿Quién preferiría alumnos desgraciados que dichosos? Ahora bien, demos a nuestros alumnos la opción de ir o no a clase (aunque les dejemos escoger los contenidos o el "ambiente" -hoy se lleva mucho eso de buscar el ambiente más cómodo en clase, perdiendo de vista que ha de ser el más adecuado y no el más cómodo, esto es, ni más cómodo de lo necesario ni más incómodo, de la misma manera que uno encuentra en una sala de cine el ambiente propicio para estar relajado sin roncar y por eso nadie va al cine con almohada, para no relajarse demasiado-) y verán cómo eligen la b (o sea, que no van).

Es una cuestión de confianza. Confianza de los padres y los alumnos en los profesores. Y confianza de todos en el propio valor del conocimiento y en los hábitos tan estimables que un alumno ejercitará durante el proceso de aprendizaje (hábitos positivos como la constancia, la disciplina o la atención sin los cuales no se podrá desarrollar ese espíritu crítico que tanto se exige o esa creatividad que sin conocimiento no pasa de extravagancia), en lo emocionante que puede resultar saber, aunque el conocimiento no pueda alcanzarse a la primera ni de forma fácil ni rápida. Hay más emoción en el aria de las Variaciones Goldberg de Bach que en treinta y siete cursos de educación emocional. Se enseña con emoción. Se aprende con emoción. Porque el conocimiento es en sí mismo apasionante. Confiemos en él. Apostemos por él.

Alberto Royo es guitarrista clásico, musicólogo y profesor de instituto. Es autor de "Contra la nueva educación. Por una enseñanza basada en el conocimiento" (Plataforma Editorial. 2016).

2 comentarios:

  1. Estimado Alberto. Volvemos a encontrarnos, y volvemos a estar de acuerdo en casi todo lo esencial. Hay prioridades en el proceso de enseñanza-aprendizaje, y la adquisición de conocimientos es una de ellas. Tampoco es negociable el papel del esfuerzo, la constancia, el rigor por parte de los alumnos (nuestro sistema les enseña y premia con saña prescindible todo lo contrario). Tampoco se puede cuestionar la importancia del trabajo del profesor para acceder a, adquirir, consolidar y usar esos conocimientos. Ni basta con usar internet para adquirir conocimientos ni bastaba con tomar apuntes de un profesor ni era/es suficiente con acceder a la información en libros: necesitamos alumnos que quieran y sepan aprender y profesores del máximo nivel de solvencia académica que además quieran y sepan enseñar. Hacen falta dos para este tango, a veces solo hay uno (de un lado o de otro), a veces ninguno. No me siento responsable de la felicidad de mis alumnos, no es mi trabajo, pero sí soy responsable de darles la mejor docencia posible (la que consigue que aprendan si quieren y pueden, con pizarras digitales o con una pizarra y un cuaderno). Ni el abrazo vacuo de falsas innovaciones y uso de las TICs ni aferrarse a metodologías y enfoques que han demostrado su ineficacia garantiza el aprendizaje. La ineptitud/eficacia como enseñantes no es exclusiva ni de los innovadores ni de los tradicionales. Sobra toda la ineptitud, analógica o digital.
    Mi propuesta, otra vez, mientras vamos consiguiendo tener los mejores alumnos (no podemos elegirlos) es formar, contratar y apoyar a los mejores para que sean profesores (sí podríamos elegirlos, creo que hacemos justo lo contrario) y a los profesores para que sean los mejores.
    Saludos desde el sur.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por el comentario y por la visita, Juan Antonio. No tengo nada que objetar a la necesidad de escoger a los mejores profesores. Lo difícil es decidir qué requisitos se han de exigir. Yo creo tenerlo claro, pero no sé si todos coincidiríamos en esto. Un saludo

    ResponderEliminar