lunes, 28 de enero de 2013

La excelencia en la enseñanza pública. Alberto Royo



En cuanto tenemos constancia de la celebración de una reunión de “expertos en educación”, los profesores de Secundaria temblamos.

La última velada con este tema de fondo tuvo lugar con motivo del vigésimo aniversario de la Convención sobre los Derechos de la Infancia. Participaron: Teresa Aranaz, Directora General de Ordenación, Calidad e Innovación del Departamento de Educación; Javier Enériz, Defensor del Pueblo y José Luis Astudillo, Director del Instituto concertado Cuatrovientos de Pamplona.

Si la prensa ha transcrito de forma fidedigna las declaraciones de los concurrentes, el panorama es de thriller psicológico para los profesores y desde luego para los alumnos, especialmente los más desfavorecidos (es decir, los atendidos mayoritariamente en los centros públicos). Si quieren saber por qué, continúen leyendo. 

El Defensor del Pueblo aconseja a los profesores que hagamos “los contenidos educativos menos densos” y enseñemos “menos cosas y más útiles”(…), “a ser ciudadanos o viajeros del mundo…”. 

Si la “excelencia” que dicen buscar estos “expertos” pasa por aligerar los contenidos e inculcar a los alumnos que sean“ viajeros del mundo”, que Dios nos coja confesados. Por otra parte, abogan, dicen, por una educación “no basada en la teoría”. ¿Y en qué debería basarse el conocimiento de una materia, según Enériz?, ¿cómo podemos los profesores explicar nuestra asignatura sin basarnos en la teoría? Y, a todo esto, ¿sugeriría lo mismo para sus colegas (abogados) de profesión? 

En cuanto a la posible escolarización obligatoria hasta los dieciocho años, ya ni sorprende que la demanden los “expertos”. Incluso el Sr. Enériz la ampliaría “casi de por vida”(lo cual parece más una condena que una ampliación de la escolarización). 

Qué pena que estos “expertos” no empleen su tiempo en reflexionar sobre la auténtica realidad de la enseñanza: la que vive día a día el profesor; no la del “teórico” y/o “pedagogo” que no imparte clase excepto a los propios docentes a los que sí marca las directrices de una labor que desconoce y que jamás tendrá que poner en práctica. Prefieren inventar (teorizar, ya ven, aquí parece que sí importa la teoría) desde la hipótesis, desde el “buenismo” y desde lo políticamente correcto, que los profesores ya haremos después lo que podamos. ¿El resultado? La desorientación del docente y la pésima formación del alumno.

Sobre los derechos y deberes del alumnado, espera Javier Enériz que “el decreto no se convierta en un arma sancionadora” porque “la autoridad hay que ganársela”. “Se deben”, dice, “cambiar los métodos y apostar por el diálogo social y menos rollo patatero”, añade. Seamos claros y dejémonos, es cierto, de “rollos patateros”: si alguien tiene miedo a nombrar las palabras“ castigo” o “sanción”, que sea congruente y elimine también de su diccionario los términos “responsabilidad” y “deber” porque no puede haber responsabilidad si no hay consecuencias tras una actuación incorrecta. “No por pasar a proteger a los profesores vamos a dejar de proteger a los menores”, señala el Sr. Enériz. ¿Y en qué sentido queda desprotegido un menor por recibir una sanción? 

Es evidente que aquí alguien está perdiendo el norte. Frases huecas que no significan nada; reclusión en lugar de formación; “excelencia” a través de la reducción de los contenidos…¿Quiere el Sr. Enériz que sus hijos sean, además de ciudadanos, jóvenes formados cultural y académicamente y puedan acceder a la Universidad o a una Formación Profesional de Calidad? ¿Les enseñamos matemáticas, historia, música y literatura o buscamos contenidos “menos densos”? ¿Sustituimos El Quijote por el Manga y cambiamos a Bach por Melendi? El Defensor del Pueblo olvida que los ciudadanos serán más libres cuanto mejor formados estén y que la obligación de la sociedad de ofrecerles a todos las mismas oportunidades de formación no se cumple rebajando el nivel para que nadie sobresalga de entre la mediocridad. 

Se ha dicho a menudo que la escuela es un reflejo de la sociedad; creo que no es cierto: la sociedad es un reflejo de la escuela. Si queremos mejorar la sociedad, mejoremos nuestra enseñanza pública porque quien no le dice a un alumno que la vida es esfuerzo, le está engañando y quien pretende rebajar los contenidos y sembrar la vulgaridad, tendrá que asumir su parte de culpa respecto a los problemas con que nos encontramos en la sociedad actual. 

Como decía Don Quijote al Caballero del Verde Gabán: “(…) no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde; que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo”.

Noviembre de 2009

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