En
el número 39 de la Revista IDEA del Consejo Escolar de
Navarra, monográfico titulado Factores para el éxito escolar,
encontramos un buen ramillete de tópicos y lugares comunes que, consciente o
inconscientemente, derivan la responsabilidad del alumno, absolutamente
inexistente (la responsabilidad, no el alumno) hacia factores externos de lo
más variopinto: desde la vertiente más mística del consejero Iribas, que habla
de "aspectos sociales que determinan el éxito" como "la
adaptabilidad, la satisfacción y una cierta plenitud de vida", pasando por
otros factores, también de corte piadoso, como el "nivel vocacional"
del profesorado, a los que alude Francisco López Rupérez (presidente del
Consejo Escolar del Estado), hasta llegar al factor recurrente, leitmotiv de
charlas y debates sobre educación: la calidad de un
profesorado bajo sospecha, poco amigo de las nuevas tecnologías y de modificar
su metodología trasnochada.
Sin
entrar a rebatir en profundidad cada uno de estos tópicos, sí me gustaría
manifestar la sensación que muchos profesores tenemos de ser siempre quienes
pagamos el pato. Se nos considera poco, pero se nos exige mucho. Se nos critica
mucho, pero se nos valora poco. Cada vez con mayor frecuencia, políticos y, lo
que es más grave, personas del mundo de la educación, hablan de la necesidad de
que los profesores renovemos nuestra metodología, algo
ciertamente complicado por dos razones: primera, porque la metodología que
utilizo en mi asignatura no es ni la misma que emplea otro docente ni la que
usa un compañero de la misma especialidad que yo; segunda, porque los
profesores intentamos estar siempre en continua renovación: no creo haber
impartido nunca una clase de la misma forma, ni haber mantenido las mismas
audiciones musicales, ni haber acudido a los mismos ejemplos, ni siquiera haber
seleccionado siempre los mismos contenidos, y siempre he intentado adaptarme lo
más que he podido a las características de mis alumnos. Ahora bien, si lo que se
me pide es que renuncie a cómo creo que debo enseñar mi materia para adaptarme
a postulados externos, invadiendo mi libertad de cátedra y obligándome a
comulgar con ruedas de molino desde la ignorancia y el esnobismo
pedago-tecnológico, conmigo que no cuenten. La mayor parte del profesorado que
conozco es gente preparada e implicada, y ninguno utiliza la misma metodología
ni tiene carencias en su formación que deban ser subsanadas para mejorar el
éxito escolar.
En
relación con los factores de tinte seminarista, nadie juzgaría la labor de un
cirujano preguntando por su nivel vocacional sino por su
formación y capacidad, a no ser que se pretenda que, como los futbolistas
cuando fichan por otro club, digamos que nos hemos sentido profesores desde
pequeños. Muchos nos sentimos plenamente comprometidos con nuestra profesión
sin necesidad de haberla tenido como vocación.
Para
terminar, me gustaría aclarar que no niego la influencia de los factores
sociales en el rendimiento del alumno, pues es una obviedad, pero sí rechazo
que precisamente personas adultas insistan en poner paños calientes y
contribuyan de esta forma a la infantilización de nuestros jóvenes por medio de
una exención de responsabilidad que no les beneficia en absoluto. El principal
factor, no nos engañemos, del éxito escolar, no es ni el docente, ni la
sociedad, sino el esfuerzo y el estudio del alumno, principal protagonista,
para lo bueno y para lo malo, de toda esta historia.
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