lunes, 28 de enero de 2013

Responsabilidad individual y éxito escolar.


En el número 39 de la Revista IDEA del Consejo Escolar de Navarra, monográfico titulado Factores para el éxito escolar, encontramos un buen ramillete de tópicos y lugares comunes que, consciente o inconscientemente, derivan la responsabilidad del alumno, absolutamente inexistente (la responsabilidad, no el alumno) hacia factores externos de lo más variopinto: desde la vertiente más mística del consejero Iribas, que habla de "aspectos sociales que determinan el éxito" como "la adaptabilidad, la satisfacción y una cierta plenitud de vida", pasando por otros factores, también de corte piadoso, como el "nivel vocacional" del profesorado, a los que alude Francisco López Rupérez (presidente del Consejo Escolar del Estado), hasta llegar al factor recurrente, leitmotiv de charlas y debates sobre educación: la calidad de un profesorado bajo sospecha, poco amigo de las nuevas tecnologías y de modificar su metodología trasnochada.

Sin entrar a rebatir en profundidad cada uno de estos tópicos, sí me gustaría manifestar la sensación que muchos profesores tenemos de ser siempre quienes pagamos el pato. Se nos considera poco, pero se nos exige mucho. Se nos critica mucho, pero se nos valora poco. Cada vez con mayor frecuencia, políticos y, lo que es más grave, personas del mundo de la educación, hablan de la necesidad de que los profesores renovemos nuestra metodología, algo ciertamente complicado por dos razones: primera, porque la metodología que utilizo en mi asignatura no es ni la misma que emplea otro docente ni la que usa un compañero de la misma especialidad que yo; segunda, porque los profesores intentamos estar siempre en continua renovación: no creo haber impartido nunca una clase de la misma forma, ni haber mantenido las mismas audiciones musicales, ni haber acudido a los mismos ejemplos, ni siquiera haber seleccionado siempre los mismos contenidos, y siempre he intentado adaptarme lo más que he podido a las características de mis alumnos. Ahora bien, si lo que se me pide es que renuncie a cómo creo que debo enseñar mi materia para adaptarme a postulados externos, invadiendo mi libertad de cátedra y obligándome a comulgar con ruedas de molino desde la ignorancia y el esnobismo pedago-tecnológico, conmigo que no cuenten. La mayor parte del profesorado que conozco es gente preparada e implicada, y ninguno utiliza la misma metodología ni tiene carencias en su formación que deban ser subsanadas para mejorar el éxito escolar.

En relación con los factores de tinte seminarista, nadie juzgaría la labor de un cirujano preguntando por su nivel vocacional sino por su formación y capacidad, a no ser que se pretenda que, como los futbolistas cuando fichan por otro club, digamos que nos hemos sentido profesores desde pequeños. Muchos nos sentimos plenamente comprometidos con nuestra profesión sin necesidad de haberla tenido como vocación.

Para terminar, me gustaría aclarar que no niego la influencia de los factores sociales en el rendimiento del alumno, pues es una obviedad, pero sí rechazo que precisamente personas adultas insistan en poner paños calientes y contribuyan de esta forma a la infantilización de nuestros jóvenes por medio de una exención de responsabilidad que no les beneficia en absoluto. El principal factor, no nos engañemos, del éxito escolar, no es ni el docente, ni la sociedad, sino el esfuerzo y el estudio del alumno, principal protagonista, para lo bueno y para lo malo, de toda esta historia.

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